¿Puede un grupo multifamiliar cambiar la forma de relacionarse entre los miembros de una familia? Después de varios años de experiencia facilitando este tipo de grupos, escuchando a las personas que han participado en ellos y viendo cómo evolucionan las relaciones entre sus miembros, la respuesta no puede ser otra que afirmativa. Aunque no se pueden atribuir los cambios relacionales de forma exclusiva a estos grupos puesto que las vidas de sus integrantes están atravesadas de multitud de variables y factores ajenos a ellos, sí facilitan una forma diferente de comunicación y permiten el abordaje de cuestiones que en el contexto familiar suelen ser fuente de conflicto. Pero comencemos por el principio.

El objetivo principal de los recursos de rehabilitación psicosocial que atienden a personas con problemas graves de salud mental es desarrollar intervenciones que permitan mejorar la integración social de los usuarios/as. Para ello se desarrollan multitud de programas dirigidos a las personas que acuden a los mismos. Sin embargo, en todos los centros o servicios de este tipo, se coincide en una atención complementaria que se dirige a las familias y/o personas vinculadas por una relación personal con los/as usuarios/as.

Como pudimos ver en las jornadas “Cambiando la mirada” celebradas en Pamplona en junio de 2019, el papel de las familias en los procesos de recuperación de cualquier problema de salud física o mental grave es fundamental, puesto que es en ellas en las que suele recaer la responsabilidad del cuidado y soporte social estas personas. Esta situación supone, con no poca frecuencia, la exposición a sobrecargas y vivencias estresantes que generan un desgaste progresivo que, de no atenderse, garantizaría el burnout en el entorno familiar, tanto por parte de los familiares, como por parte de las personas con el problema identificado. Como consecuencia de esto, son frecuentes los comportamientos críticos, hostiles o excesivamente protectores del entorno familiar hacia la persona que, en el peor de los casos, devienen en situaciones estresantes que pueden desembocar en momentos de crisis. Esta sería razón más que suficiente para justificar la intervención familiar, sin embargo hay otra razón que a mi juicio resulta de mayor relevancia. Esta es la que identifica a la familia como red principal de apoyo, como un lugar seguro desde el que la persona puede evolucionar con la confianza de encontrarse en un contexto conocido, cercano y amigo. A veces para conseguir esto, es necesario trabajar sobre las relaciones y los sentimientos que estas generan, más si cabe, cuando media un factor de estrés importante como resulta ser una dolencia psíquica grave. Es en este contexto en el que aparece la intervención familiar desde los recursos de atención a personas con trastorno mental severo. Desde la reforma psiquiátrica que pretendía la salida de las personas con problemas de salud mental de los hospitales y su integración comunitaria, una gran parte del apoyo que reciben estas recae sobre las familias. Así, la atención a estas está más que justificada.

La manera tradicional de atención a familiares ha consistido y consiste en sesiones individuales y grupales. En estas últimas, la intervención clásica se fundamenta en sesiones psicoeducativas y de entrenamiento en habilidades de relación dirigidas a las familias que, sin duda, resultan efectivas, pero que no cuentan con la participación de la persona afectada. La creación de los recursos de atención psicosocial se ha enmarcado desde su inicio en la lógica del enfoque de atención centrada en la persona, que parece estar de nuevo muy presente, y esta corriente justifica e impulsa de manera natural la participación activa de la persona afectada en todos y cada uno de los procesos que se desarrollan en los recursos. Así, cada vez resulta más habitual ver como los centros desarrollan intervenciones denominadas multifamiliares que se diferencian de la intervención familiar tradicional, en que incorporan en las sesiones grupales a las propias personas junto con sus familiares y en las que los contenidos de las sesiones los proporcionan las propias participantes, quienes traen al grupo sus emociones, dinámicas de relación, etc. Aunque puede parecer que esto es algo novedoso no lo es, de hecho surgió hace más de 50 años de la mano de Jorge García Badaracco y permite proporcionar un espacio de seguridad en el que los participantes puedan conectar con vivencias emocionales de una manera saludable, es en palabras de Badaracco “…un modelo de convivencia y solidaridad… un contexto que ofrece la posibilidad de restablecer una comunicación normal con un entorno humano real… hace que un ser humano se ligue de manera saludable y vital con su familia y su medio social, poniendo en juego su propia capacidad”.

Esta experiencia supone una oportunidad de cambio que todas las personas que han pasado por el grupo reconocen y resulta difícil no aprovechar, puesto que a pesar de que no se participe de forma activa verbalizando situaciones durante las sesiones, el mero hecho de participar como oyente genera un cambio de perspectiva respecto a las relaciones intrafamiliares. De esta manera, toda persona que esté presente en este tipo de grupos da un salto hacia un espacio muchas veces desconocido, pero siempre catártico que impacta de forma significativa en tu vida ya seas usuario/a, familiar o facilitador/a.

Hace pocas semanas se publicó un artículo en el blog de Grupo 5 que hacía referencia a la “Navaja de Ockham”, y siguiendo la lógica del franciscano de aplicar la opción más sencilla para resolver un problema (simplificando mucho la cuestión), en este caso la intervención multifamiliar resulta un método muy sencillo de aplicar, más incluso que otras intervenciones familiares, pues solo requiere de una sala con suficientes sillas para que un grupo de personas se sienten a compartir experiencias, nada más, no hay guion previo. Sin embargo, aquí acaba la sencillez y es donde los caminos de Guillermo de Ockham y de los grupos multifamiliares se separan, puesto que una vez comienza el grupo y las personas que participan en él, comienzan a escribir el guion del día, se ponen en juego dinámicas complejas de relación que requieren de gran esfuerzo por parte de todas las participantes para desenredar madejas emocionales y relacionales, que permitan tener un hilo que sirva de guía para no perder el camino.

En muchas ocasiones puede parecer que el trabajo de integración de personas con trastorno mental supone trabajar con las “ovejas negras” de la sociedad, o las familias, es por esto se hace más que necesario contar con un grupo de referencia en el que integrarse, que aprenda a aceptar a las ovejas negras y también a las de colores, y que permita crear o recuperar una identidad sana. El primero de estos grupos, en muchos casos, es la familia y nuestro trabajo, facilitar que la madeja se desenmarañe.