Pensad por un momento en esto, en el silencio, no ese silencio acogedor, en calma y que en ocasiones buscamos para estar tranquilos, no, me estoy refiriendo a ese silencio que oprime, el que incomoda, el que hace notar que no es natural sino el resultado de lo impuesto.

Imagina tu recurso sin ruido, sin palabras, sin sonrisas, sin vida…

Nada de lo que hiciéramos tendría sentido en una situación así.

Nuestro trabajo, nuestro día a día, se mueve entre palabras, entre ruidos, entre murmullos, y voces, sobre todo voces, las de aquellas que trabajan a nuestro lado, las de aquellas de las personas a las que cuidamos.

Movemos cambios, buscamos reencuentros (fundamentalmente el propio), arrancamos lamentos, al enfrentarnos a miedos, llanto, al asomarnos a lo vulnerable, risas, al saludar a lo conseguido, gritos, al acercarnos a los límites, e incluso quejas que también han de ser bienvenidas porque también, a veces, nos equivocamos.

Cada voz ha de tener su valor, su valía, propia, innata por el mero hecho de ser. Tan diferente al resto como lo es una voz de otra y nuestra labor ha de ser la de ponernos al otro lado y escucharla, como oyentes, pero también como portavoces para llevarlas a donde tengan que ser escuchadas, a otros oídos, a otros lugares, porque entre otras cosas somos portadores de los sonidos que otros nos han encomendado.

Porque las ideas, lo escuchado, lo observado, lo leído, trasportado hacia su destino ha sido motor de cambio, de transformación, de reconocimiento de derechos, de espejo de valores, de reflexión, de conocimiento, de tantas y tantas cosas que hacen que nuestra labor cotidiana esté jalonada, construida, formada de voces prestadas, entregadas, que algún día fueron de otros y que ahora forman parte de una memoria compartida, de un quehacer simultáneo que sería estéril si nos hubiésemos quedado con el silencio impuesto, el asentado en rutinas y papeles que pensamos, de manera muy pueril, que nos protegen, pero que no hacen más que ahogar al que está a nuestro lado.

Por eso se hacen necesarios, imprescindibles, los espacios de opinión, de participación, aunque a veces pensemos que no funcionan, esos 5 minutos hurtados a la pauta impuesta por la inercia diaria que hemos convertido en ley sin siquiera saberlo.

Ahora cierra los ojos, escucha a tu centro, cada ruido, cada sonido, y piensa en eso, en el valor de cada una de las voces que te llegue, porque en el silencio, en el vacío, en el alejamiento, cualquier acción será vana, ya solo nos quedará el vacío del trabajo alejado del objetivo inicial, la atención al otro, Solo nos quedará el silencio, solo nos quedará la nada.