La pandemia de la Covid19 ha irrumpido en nuestra sociedad y en nuestro sistema sanitario con una virulencia difícil de cuantificar.

Actualmente, estamos en los primeros meses de una nueva realidad y a las puertas de un nuevo confinamiento, donde la humanidad no volverá a ser lo que previamente fue, pese a todo el dolor y las pérdidas humanas, existen antecedentes históricos de grandes catástrofes en las que la sociedad ha logrado subsistir. En la historia del ser humano se ha establecido una especie de progreso doloroso, deseando lo que hemos dejado atrás y soñando cada día.

Desde el inicio de la pandemia Covid19 se ha comentado mucho en medios de comunicación y círculos científicos, información contradictoria acerca de la incidencia de ictus en pacientes con Covid19. Antes de 2019 hemos conocido varios coronavirus, que han causado epidemias cursando cardinalmente con enfermedad respiratoria y que ocasionalmente se acompañaban de complicaciones neurológicas.

Durante la epidemia por el virus SARS, tras objetivar varios casos de ictus, se establecieron como posibles causas la hipercoagulabilidad de la propia enfermedad y la provocada por el tratamiento. En autopsias realizadas se encontraron trombosis, inflamación y necrosis de las paredes de pequeños vasos en muchos órganos. Durante la epidemia de 2012 el cuadro respiratorio del virus MERS-CoV se complicó ocasionalmente con Ictus, hemorragias intracraneales, encefalomielitis y encefalitis.

A día de hoy, pese a la opacidad de los primeros datos, sabemos que el SARS-CoV-2 se asemeja a los otros Coronavirus en más del 79% de su estructura genética. Como otros coronavirus, puede entrar en el sistema nervioso, mecanismo probablemente responsable de la pérdida de olfato (anosmia) que con frecuencia aparece en los pacientes. El virus penetra en las células por el receptor ACE2, que está presente en muchos tipos celulares humanos. La inflamación sistémica, junto con la posible acción directa del virus, provocaría disfunción en las paredes de los vasos, generando un estado de hipercoagulabilidad que podría considerarse una causa potencial de Ictus. Sin embargo, puesto que los mecanismos del Ictus pueden ser múltiples y dado que se han presentado otras complicaciones neurológicas (encefalopatía, encefalitis, crisis epilépticas, rabdomiólisis, S. Guillain-Barré) resulta fundamental continuar con el estudio de la Covid19.

Por fortuna, se ha comprobado que a día de hoy el ictus no parece una de las complicaciones principales de la Covid19. No obstante, conocemos que el virus invade el parénquima cerebral, endotelio, corazón y altera la coagulación, por lo tanto desde la práctica clínica debemos estar vigilantes y plantear algoritmos de manejo ante eventuales eventos isquémicos, dado que pueden presentarse, sin asociar síntomas respiratorios previos.

Por último, durante la pandemia Covid-19 la morbimortalidad por ictus de causa frecuente podría estar aumentando inadvertidamente por mecanismos indirectos como son el miedo de los pacientes a acudir al hospital y estar ocupados casi todos los recursos sanitarios en la atención de enfermos de la pandemia.

Nos estamos enfrentando a un patógeno que continua siendo un misterio, cada día se informa sobre nuevas secuelas, nuevas vías de contagio y nuevas teorías fisiopatológicas. Sin tratamiento efectivo, con todos los esfuerzos y esperanzas depositados en la vacuna, lo más efectivo ha demostrado ser: la prevención (lavado de manos, uso de mascarillas, distancia social…), alejarse de la rumorología, no dar crédito a teorías conspiratorias y basar la toma de decisiones en datos objetivos dentro de la evidencia científica disponible.

Nada se pierde para siempre, el mundo solo gira hacia delante y en nuestras manos está el reponernos de estos tiempos difíciles.

Vivimos de la esperanza. Empieza nuestra gran obra.