Las conductas suicidas siguen siendo un tema tabú, más aún cuando van unidos a la infancia o la adolescencia.
María de Quesada intentó suicidarse cuando tenía 15 años. El peso del estigma le hizo silenciar esta experiencia y vivirla en secreto, con la culpa y la vergüenza que produce esa voz callada de quienes han intentado terminar con su vida. Una losa oscura que empezó a pesar menos cuando pudo compartirla.
En La niña amarilla: relatos suicidas sobre el amor, María narra su propia historia y la de otras personas que han transitado el sufrimiento para, desde la comprensión y el amor, concienciar sobre la vulnerabilidad y las vivencias dolorosas que enmarcan los intentos de suicidio.
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Soy María de Quesada, periodista, autora de “La niña amarilla: relatos suicidas desde el amor” y ahora también presidenta de la Asociación La niña amarilla.
¿Qué me llevó hasta aquí, hasta la prevención del suicidio? Pues mi experiencia personal. Intenté suicidarme a los 15 años y fue una experiencia que silencié completamente a consecuencia del enorme tabú que cayó sobre mí, no solamente a nivel particular en mi entorno, por el desconocimiento, la ignorancia que teníamos; sino también porque nadie ni del equipo médico, ni de nuestro entorno más cercano nos guió.
Entonces, ese tabú cayó. Es el mismo tabú que había en la sociedad y que sigue habiendo, aunque vamos dando pasos. No quiero ser tan negativa.
Este tabú se rompió cuando compartí. Alguien en una formación compartió su experiencia, que era muy similar a la mía. Ahí me abrí a compartir mi propia experiencia, porque a mí me ayudo el hecho de que alguien compartiese la suya y ahí pensé: si alguien le ayuda como me ayudó a mí, estaría muy bien si yo comparto mi historia.
A raíz de ahí es cuando se me ocurrió juntar muchas historias, porque al final la mía es una más de las miles y millones de experiencias que hay, y dar más amplitud a las posibles situaciones, factores de riesgos y determinadas vivencias que nos pueden llevar a una situación tan límite como es una conducta suicida.
La creación literaria desde la experiencia propia, desde lo vivido y sobrevivido, desde las historias en primera voz, tiene esa atmósfera especial de conexión directa con la emocionalidad. ¿Desde dónde nace “La niña amarilla”?
“La niña amarilla” nace desde mi corazón. Cuando esta persona en la formación cuenta su historia, conecta con esa niña mía que todavía esta ahí y que, en ese momento, se iluminó de alguna manera y supe que esa historia tenía que ser contada. Empecé por mi pareja, llevábamos 12 años juntos, teníamos dos hijos y no lo sabía. Luego seguí con mis amigas, mi grupo de amigos más cercanos y continué así hasta llegar hasta mi madre, porque mi padre ya falleció.
Hablar con mi madre. Poder compartir con ella cómo se sintió ella al compartir la experiencia de mi intento de suicidio, y pudimos estar juntas y digamos que pudimos continuar la historia, pero sin tabú.
Y desde ese lugar nace, desde mi amor, desde mi corazón, y por eso es el hilo conductor de todas las historias y quiero que siga siéndolo.
“Relatos suicidas desde el amor”, creo que muy poca gente es capaz de conectar el suicidio con el amor. ¿Hay una reivindicación en su obra a la vulnerabilidad inherente al ser humano?
Por supuesto que sí. Has sido muy sensible al ser capaz de verlo y expresarlo, porque es tal cual. Todas las personas somos vulnerables, todas, y mostrar la vulnerabilidad creo que para mí es un superpoder. Porque el mostrar la propia vulnerabilidad hace que otras personas también la muestren y eso nos hace más humanas, más cercanas a las personas.
El poder conectar con una realidad que puede no ser la mía hoy, pero sí mañana.
Completamente así es la idea del libro y ojalá les llegue a las personas de esa manera, como yo la quiero reflejar.
El estigma que anula las experiencias distintas y más en un tema aún tabú como el suicidio, ¿supuso un freno o un motor para “La niña amarilla”?
Supuso un motor porque había habido demasiado tabú en mi vida. Si con 15 años intenté suicidarme y con 17 me decidí a contarlo, fue porque me había caído una losa en forma de tabú y de estigma sobre mí misma que llevé durante muchísimos años con mucha culpa, con mucha vergüenza. Creo que un intento de suicidio es algo que te hace sufrir muchísimo, es una experiencia brutal en tu vida y cargarla de vergüenza y de culpa no ayuda en nada a sobrellevar esa experiencia.
Es fundamental el partir del estigma como un motor para romperlo, para ayudarnos como sociedad a salir de ese estigma y poder conectar más con las personas que sufren y apoyarlas, ayudarlas y acompañarlas sin juicio.
El relato de tu experiencia con el suicidio en aquel 1995, las historias de una veintena de personas que han pasado por ese lugar incierto, ¿dolió escribirlo? ¿Cómo se consigue iluminar esta vivencia desde la comprensión y el amor?
Tengo que reconocer que la primera vez que leí mi propia historia, sí dolió. Porque una cosa es escribirla y luego leerla, y otra también es leerla en voz alta, también depende del día. Mi propia historia me costó muchísimo. De hecho, cuando voy a los institutos ahora con la Asociación “La niña amarilla”, nunca elijo mi historia, y cuando alguien ha elegido un trozo de mi historia, porque hay veces que alumnas o alumnos leen trozos que eligen, y alguna vez han elegido un trozo mío, todavía me afecta. Obviamente toca ese lugar.
Pero a mí lo que me ayuda siempre es pensar que todas estas historias que a mí me han hecho conectar profundamente con el ser humano y con las vivencias que tenemos, la experiencia de vida que tenemos es la razón por la que las contamos, para ayudar a otras personas.
Con lo cual nos desconectamos de nuestra historia personal, o yo por lo menos, me desconecto de mi historia personal porque siento que es mucho más importante el por qué lo hacemos, el para qué lo hacemos, más que la propia historia, que sí es cierto, es una más. Pero intento no darle esa importancia que tiene para mí, obviamente porque es mi historia, la tiene para mi madre y la tiene para mi familia, pero que es una más, realmente. No hablo desde ese lugar porque si no vuelvo a ese punto de dolor, de sufrimiento, de herida y de cicatriz. Sin embargo, si voy al para qué lo hago, me conecta con que puedo estar ayudando a otras personas y eso me llena de amor, precisamente.
Me gusta pensar que todas las personas que contamos nuestras historias nos conectamos a lo colectivo, a la sociedad, al efecto multiplicador de ayuda, más que a contar nuestras historias personales desde un punto de vista individual.
¿Quién te gustaría que leyese “La niña amarilla”? ¿A quién podría aportar luz?
Me encantaría que leyera “La niña Amarilla” cualquier persona que se sienta preparada. Me decía una persona de mi familia si lo podía leer su hija de 12 años. Pues si tiene curiosidad y lo ha visto por casa y le ha parecido atractivo por algún motivo, por supuesto. Es un libro que está abierto a cualquier persona.
Es verdad que, si vas a un colegio y vas a hablar sobre el libro, pues no lo vas a hacer igual a un público de 15 años que a uno de 20, o si vas a cualquier otro entorno. Lo vamos a hacer y lo vamos a comentar por distintos lugares, pero es una obra abierta. Bueno, que mis hijos que tienen 6 y 9 años saben que existe, han asistido a la presentación del libro, les he explicado lo que es el suicidio, les he explicado todo, que yo he pasado por ese lugar y que las historias son difíciles y complicadas. La verdad es que somos muy capaces de entender y comprender.
Yo quiero que lo lea todo el mundo para que la empatía social crezca, que creo que nos hace mucha falta. Y sobre todo a las personas que sufren, a quien más luz puede aportar es a las personas que están sufriendo en este momento, a quienes han sufrido una conducta suicida suya o de cualquier familiar cercano. Y creo que también puede ayudar mucho a supervivientes del suicidio, o eso me han comentado, que son familiares que han sobrevivido a la muerte de algún familiar por suicidio. Porque también les hace conectar con el lugar en que podría encontrarse su ser querido en ese momento, y les hace quizá también liberarse de alguna manera de esa culpa y de ese estigma que rodea a toda la conducta suicida.
Pese al oscurantismo en torno a las experiencias suicidas, las enfocas desde la luminosidad ¿es importante hablar del suicidio desde este lugar?
Para mí sí es importante hablar desde la luminosidad porque al final, todas las personas tenemos esa parte de luz y esa parte de oscuridad, es parte de nosotras también. No podemos rechazar cualquier experiencia que hayamos vivido que no nos guste.
No hace falta haber tenido una conducta suicida para rechazar una experiencia que tú has vivido que no te haya gustado y que también la conviertes en un tabú, igual no es una conducta suicida, puede ser otra cosa, alguna experiencia que, para ti, la has interpretado como negativa.
Creo que hay que dar luz a todas esas partes nuestras porque son importantes para otras personas también y son importantes para nosotras, para ir avanzando e integrando.
Todo lo que no se cuenta, todo lo que se mete debajo del colchón, sigue estando y sigues llevándolo encima, no se va. Entonces, si no lo integras, si no lo digieres… yo por lo menos iba por la vida con un peso muy grande que ahora siento mucho más ligero, al poder haberlo transformado, espero, en amor.
De la veintena de relatos que componen tu obra, ¿cuál fue la que más te sorprendió y qué aprendiste de ella?
Todas las historias me atraviesan y además conozco a las personas que las cuentan. Las he conocido por entrevista, por teléfono, por videoconferencia o en persona. Pero la historia que más me ha llegado al alma ha sido la de Alma.
“Alma y el desgaste de los suspiros” porque también tenía 15 años y además es una situación muy límite. Desde pequeñita está en un entorno familiar muy desestructurado, su madre la abandona a los 3 años, su padre está con una mujer que la maltrata. Son una serie de vivencias que ningún niño se merece en este mundo y que ocurren cada día, y esta historia no se cuenta. No es de un lugar muy lejano, una clase social diferente a la nuestra, etc. No, es una persona como tú y como yo y esto pasa cada día.
Por eso creo que el libro arrastra otros tabús. El tabú del suicidio por debajo tiene muchos factores de riesgo muy fuertes, muy importantes. En el caso de Alma estamos hablando de violencia intrafamiliar, abandono… Son factores de riesgo brutales.
No quiere decir que todas las personas que vivan esto vayan a intentar suicidarse, pero obviamente estamos en mucho más riesgo. Y si tu padre se suicida, pues también, porque los primeros que están en peligro por suicidio son las personas supervivientes. Con lo cual, Alma me atraviesa porque Alma es una persona que es todo luz y además cómo lo vive; la vida con Alma es la vida con todo. Es muy “La niña amarilla”, la niña amarilla quiere integrar todo, quiere digerir todo, y la vida con Alma es digerirlo, es entender que la vida hay que vivirla con todo lo que tiene, con lo maravilloso y con el dolor y sufrimiento también.
Todas las etapas de sufrimiento son expansivas también porque es cierto que aprendemos muchísimo y que duele. Pero avanzamos muchos caminos atravesando el dolor, y es que el dolor hay que atravesarlo, hay que vivirlo, hay que experimentarlo. No lo podemos guardar, no lo podemos ocultar ni eliminar. Y no se me ocurre otro lugar de mayor sufrimiento que el previo a un intento de suicidio.
Mientras escribías esta obra creaste la Asociación “La niña amarilla”, un proyecto altruista al que irán destinados los beneficios de tu libro. Es una forma de que estos relatos trasciendan el papel y poder ayudar a otras personas, ¿cuál es tu objetivo con este proyecto?
El objetivo, bueno, son muchos. Hemos empezado por visibilizar y comunicar el suicidio desde la responsabilidad. Somos tres periodistas las que impulsamos el proyecto, ya tenemos más de 30 socios y socias, y de momento estamos dando talleres de comunicación del suicidio en los medios de comunicación, que es algo fundamental.
Ahora mismo vengo de una red social de intentar explicarle a una periodista de un medio digital que ha publicado un artículo que no se debería publicar, romantizando las notas suicidas. Todo a raíz de un libro que es verdad que en la literatura se romantiza mucho todo esto.
Ese artículo recoge notas suicidas y explica métodos de suicidio, cómo las personas se han suicidado, qué notas han dejado… todo desde un punto de vista muy sensacionalista. Esto no sólo hace daño a los familiares de las personas que han muerto por suicidio, y es insensible y cero empático, sino que además provoca efecto imitación. Y ese es el gran peligro de los medios. Y esta es una de nuestras grandes labores y objetivos.
También está el objetivo de visibilizar el suicidio desde edades muy tempranas. En “La niña amarilla” la mayoría de los relatos son de personas que han vivido una conducta suicida en su infancia, adolescencia o primera juventud. Está muy enfocado en ese lugar – es lo que yo viví también, fue mi experiencia – y ya llevamos 2 años yendo a institutos a hablar de suicidio, de prevención de suicidio, desmitificando, hablando de factores de protección, de señales de alarma, etc. Abriendo un espacio sin juicio para que compartamos.
Y saber que pedir ayuda es importante, es necesario y no es un signo de debilidad, sino todo lo contrario. Demuestra muchísimo valor y además es muy humano pedir ayuda. Nadie puede con todo solo.
¿Qué mensaje le darías a los niños, niñas, adolescentes y a las personas que estén pasando por este momento?
Desde mi experiencia yo les diría que, por favor confiaran. Que hicieran una lista de personas a las que quieren y en las que confían y que, por favor, les comunicaran que están sufriendo y que necesitan ayuda.
Si no lo comunicamos, es muy difícil. Las personas a veces no reciben nuestras señales de alarma y nosotros muchas veces queremos ayuda y no sabemos cómo pedirla y la forma más fácil de pedirla es hablando, es expresando. Si no puedes hablar directamente a la cara pues lo haces por audio, o si no escribes. Que cada persona encuentre la manera, pero hay que pedir ayuda.
Si no tienes en tu entorno más cercano alguien que te pueda ayudar o crees que nadie te puede ayudar en tu familia, puedes recurrir a un profesor, a un compañero, a alguien en quien confíes, otro familiar más lejano… siempre que sea alguien en quien confíes. Y si no, siempre están los teléfonos de ayuda que para eso están y acaba de salir también el 024 y esperemos que vaya acompañado de los recursos que hacen falta, no sólo sanitarios sino sociales, para que los números que tenemos que son personas, las personas que mueren cada año y cada día por suicidio sean cada vez menos. Porque nadie merece llegar a ese punto de sufrimiento.