Aunque no queda constancia de ese documento, apenas algunas fotos (o al menos yo no lo habría sabido encontrar) cuentan que en una ocasión un periodista, durante una entrevista, preguntó al Doctor Gregorio Marañón por el avance más importante que había tenido la medicina y él respondió “la silla”, acotando después “en la práctica de la medicina lo más importante es lo que cuenta el paciente”.
Y de momento, al menos en mi opinión, seguimos en ese punto, no se ha inventado nada mejor que esa silla, la silla de Marañón o al menos el símbolo que representa ese objeto.
La silla no tiene por qué ser ese objeto tradicional de cuatro patas. Esa “silla” es un paseo, un café en un bar cercano, una partida de cartas, una pachanga de futbol, e incluso ese silencio compartido del uno junto al otro viendo la tele aburridos.
La silla no es otra cosa que el reconocimiento del otro, de sus ideas, de sus miedos, de sus ilusiones, de sus anhelos, de sus circunstancias (aunque esto sea más de Ortega que de Marañón) y ha de ser la piedra angular de todo lo que hacemos, especialmente entre aquellos que nos dedicamos a los cuidados. Pero a veces tengo la sensación de que se nos olvida, o que tomamos la silla como una silla y punto, como ese mueble que tenemos en el despacho y que nos sirve para sentarnos frente al ordenador e idear cientos de palabras, de teorías, de situaciones, de nombres maravillosos para cosas cotidianas y que salgan sustantivos limpios de prejuicios, protocolos no discriminativos, escalas inclusivas y preciosas en nuestras pantallas, mientras la vida sigue, y cientos de “sillas”(ahora sí las simbólicas) se quedan vacías.
A lo largo de estos más de 25 años de profesión creo que he trabajado con todos los colectivos dentro del mundo social a nivel grupal y con muchas personas a nivel particular, y la conclusión es que al final todos queremos lo mismo, que nos entiendan en los momentos malos, que no te juzguen cuando pides ayuda, que no te hagan sentir un bicho raro, algo de compresión y cariño y no hay mucho más…
Todos tendremos miedo a lo largo de nuestra vida y algunos de esos miedos nos acompañarán siempre (y con suerte los controlaremos, pero no se irán), tenemos complejos, nos enamoramos, nos llevaremos mal con alguien y mejor con otros, nos sentiremos solos, o incomprendidos, o con la incertidumbre del qué pasará en el futuro, nos echaremos a la espalda responsabilidades para con otros (hijos, familia, pareja…), trataremos de cuidarles y también temeremos por ellos. Todo eso es universal, todo eso es común a todos y está en la génesis de muchos (por no decir la mayoría) de nuestros males, pesares y malestares.
Y la silla ahí, bien plantá, puede ser de lo más terapéutico; o un abrazo sincero, sin que haga falta que le acompañe ninguna palabra; o una mirada cómplice en la que nos hemos hechos especialistas en tiempos de pandemia y de distancia social. Pero algo que en principio puede parecer tan sencillo a veces se convierte en una labor casi titánica; seamos sinceros, el dolor duele, es una redundancia, pero que a veces no reconocemos. Sentarte frente al doliente conlleva malestar y enseguida tratamos de ocultarlo, de callarlo, de cambiarlo con recetas fáciles que en el caso de no ser seguidas por el destinatario de nuestros consejos nos abre además la posibilidad de culpabilizarle alejando aún más el malestar de nuestras impolutas vidas. Lo que tienes que hacer es salir, divertirte, tendrías que tener un hobbie, decimos pertrechados tras la buena intención a aquel en proceso de duelo para alejar ese dolor que nos duele (redundemos otra vez) y que ni siquiera era nuestro.
Lo peor es cuando nos dedicamos a esto, cuando elegimos dedicarnos a estas labores, pero eso daría para muchos otros artículos…
Y tengo una silla esperándome en este patio del centro, al sol.
Magnifica reflexión!
tenemos muchas sillas esperando!
Trabajar para llenar esas sillas es realmente apasionante
Sencillamente, maravilloso y lo digo desde la propia experiencia de haber pasado por la más Honda y terrible tristeza, por depresiones q sería incapaz de explicar y por varios ingresos a causa de ellas.
Yo también cogeré esa silla y la haré mía para siempre estar más cerca de todos.
Enhorabuena por ese hermoso texto.
Un abrazo
Elena
Fantastico. He sido enfermera y trabajadora en oncologia y psiquiatría y si, siempre *esa silla* no importa la forma ni el donde fue mi mejor erramienta. Mi silla y su silla, un lugar de encuentro testigo incondicional en el que compartir el camino . A veces refugio, a veces abrigo…enfin sería muy largo explicar el alcance de lo que viví desde ese silencioso y humilde objeto tan sencillo y cotidiano.
Qué gran verdad y más con las palabras de nuestro Juan que siempre nos llegan al corazón.
Excelente reflexión. Hombres como este son realmente un hito para el resto de nosotros. Feliz día.
Excelente texto Juan. Gracias por recordar lo que va en primer lugar en nuestro trabajo. Sin esa silla, las técnicas, herramientas, protocolos, intervenciones…, no son posibles. Así que, seguiremos colocando sillas allá donde hagan falta.
¡Abrazos compañero!
Quisiera contactar con alguien para recibir información sobre el tratamiento de la enfermedad de PARKINSON. Muchas gracias
Fantástica reflexión querido Maestro.. Juan!
Y lo más bonito… palpar cuando se visita tú casa de El Hayedo la coherencia entre la palabra (que todo lo soporta) y la práctica que te impregna cuando llegas tanto de ti como de tu gente. Faro a seguir !! 🙂
Gracias!!! Un fuerte abrazo
Fantástica reflexión querido Maestro.. Juan!
Y lo más bonito… palpar cuando se visita tú casa de El Hayedo la coherencia entre la palabra (que todo lo soporta) y la práctica que te impregna cuando llegas allí tanto de ti como de tu gente. Faro a seguir !! 🙂
Gracias!!! Un fuerte abrazo