La vida no es siempre de color de rosa, a veces las cosas no salen como habíamos esperado. Aceptar la vida es aceptar que muchas mañanas al despertarnos nos veremos envueltos en acontecimientos inesperados que nos provocarán ansiedad y dolor. Pero esto no es igual a victimizarse, evitar salir a la calle, vivir en una burbuja o asumir sin más el sufrimiento. A menudo saber que las fuentes de estrés forman parte de nuestra vida nos hace más fuertes, nos permite anticiparnos, es decir, a gestionar los acontecimientos como problemas que debemos solucionar. Es algo que aprendemos desde pequeños. Es lo que llamamos “afrontamiento”. Nuestro bienestar y también nuestra salud, dependen en gran parte tanto de las adversidades que tenemos que afrontar, como de nuestras habilidades.

Algunos acontecimientos de la vida impactan más que otros. Por ejemplo, cuando no tenemos capacidad predictiva para anticiparnos a las adversidades reaccionamos peor. Cuando un acontecimiento negativo es repentino y escapa a nuestra capacidad de control también tiene peor impacto en nosotros. Si tenemos una experiencia negativa en circunstancias ya vividas con alto estrés que no hemos sabido o podido resolver, tenemos mayor probabilidad de reaccionar peor; es decir, con más angustia y malestar. Si somos poco habilidosos para resolver los problemas de la vida la balanza a veces se puede equilibrar con los apoyos o ayudas de otras personas que hacen contrapeso con las experiencias negativas.

Imaginemos ahora que tengo una enfermedad mental y que he sido diagnosticado de “Esquizofrenia Paranoide”. Mi capacidad para afrontar los problemas de la vida está disminuida porque mi vulnerabilidad a experimentar angustia y malestar es mayor de lo normal. Mi experiencia en afrontar los problemas vitales está mermada por acontecimientos angustiantes que me han dejado tocado o por mi tendencia a evitar el sufrimiento emocional que no puedo tolerar. Si llevo años padeciendo estas dificultades es posible que haya perdido apoyos sociales o que los que tenga estén muy disminuidos. Y asociado a esto está el estigma, la exclusión social asociada a la imagen de loco que toma la forma de distanciamiento de los otros hacia mí, con la posible reducción de sus apoyos, un trato desigual y que me ha llevado a generar creencias que merman la confianza en mí mismo y en los demás. Además, si llevo mucho tiempo (años) en esta situación es posible que mi estatus socioeconómico sea bajo y que dependa de otros para poder afrontar el día a día y para desempeñarme de la mejora manera.

Imaginemos ahora que la fuente de estrés es el Coronavirus y que la persona que lo tiene que afrontar es una persona con un Trastorno Mental Grave. El impacto psicológico dependerá de la interacción entre esas variables: el acontecimiento estresante (el virus), la capacidad de afrontamiento (las habilidades), los apoyos que se tengan (sociales y profesionales) o la ausencia de los que ya tenía (distanciamiento social). El desequilibrio entre estas variables resulta decisivo para comprender el impacto que la pandemia por Coronavirus tiene en las personas con un Trastorno o Enfermedad Mental Grave.

Cuando hablamos de Trastorno Mental Grave hablamos de un deterioro en los procesos psicológicos y sociales implicados en la adaptación a las situaciones sociales, con dificultades en el desarrollo y mantenimiento de hábitos como la salud, la ocupación o la autonomía doméstica. Cualquier interrupción en los hábitos adquiridos, los programas de intervención, los apoyos sociales y la pérdida del contacto con la comunidad como elemento de normalización de su identidad personal, pueden poner en riesgo el frágil equilibrio alcanzado tras años de enormes esfuerzos de tratamiento, rehabilitación e integración comunitaria.

Conocer de primera mano las necesidades sociales y sanitarias de las personas con TMG, identificar qué intervenciones realizar y mejorar nuestros servicios y nuestros tratamientos.

Con el objetivo de comprobar estos elementos específicos elaboramos un estudio de necesidades en un total de 669 personas con Trastorno Mental Grave adultas de ambos sexos, provenientes de 59 centros y servicios ambulatorios y residenciales, en las Comunidades de Madrid, Extremadura, Valencia y País Vasco. También participaron 190 familiares que ejercían el rol de cuidador principal.

Entre los meses de mayor impacto y pico de la pandemia en nuestro país, entre marzo y junio de 2020, se analizaron a través de entrevistas individuales las necesidades percibidas. El objetivo fue conocer de primera mano las necesidades sociales y sanitarias de estas personas, identificar qué intervenciones debíamos poner en marcha y poder atisbar alguna luz para mejorar nuestros servicios y nuestros tratamientos.

Entre los primeros resultados encontramos que menos del 50% habían recibido programas de rehabilitación psicosocial y entrenamiento en habilidades de autonomía para la vida independiente. Es decir los habían dejado de recibir. Un 22% de las personas usuarias habituales de los servicios han pasado solas la pandemia sin compañía ni apoyo social. Entre un 20% (personas usuarias en centros ambulatorios) y un 21,4% (personas usuarias en centros residenciales) tuvo que incrementar la dosis de psicofármacos para tolerar la angustia y malestar emocional que se incrementó exponencialmente en forma de problemas de ansiedad (54%), ausencia de actividades y apatía (47,5%), depresión (38%) y alteraciones del sueño (41%).

Las áreas de mayor necesidad en las personas con Trastorno Mental Grave no estuvieron asociadas a la sintomatología clínica, sino a los problemas relacionados con las habilidades y las destrezas para a vida (entre un 16% y un 18% más que los síntomas) reflejando que los mayores impactos han estado en las habilidades de afrontamiento personal para gestionar la vida.

Respecto a otra de las piezas del puzle, los apoyos sociales y familiares, más del 60% de las personas usuarias en un recurso residencial no tienen posibilidad de cubrir esa necesidad de soporte o apoyo, y en los centros ambulatorios fue entre un 34% (apoyo social) y un 42% (apoyo familiar). Las que han tenido apoyo de un cuidador familiar en el propio domicilio, este superaba los 64 años.

Las necesidades que menos posibilidades de cobertura tienen con la red de recursos sanitarios y sociales actuales son precisamente los problemas con mayor incidencia como son la depresión, la inactividad, la falta de ocupación y los problemas relacionados con la salud física.

El riesgo de suicidio se ha situado en un 10%, siendo tres veces mayor en las personas que han estado en sus casas más alejadas de los servicios que las que han estado en un recurso residencial.

De los resultados extraemos una conclusión sobre los determinantes del afrontamiento en personas con Trastorno Mental Grave: acontecimientos vitales, habilidades y apoyos se han desequilibrado debido a la pandemia.

Los remedios pasan por garantizar que los apoyos y las habilidades no se pierdan. Debemos adaptar nuestras intervenciones para que sean mejores y más eficaces, y sobre todo para garantizar su continuidad.

Ojalá el refrán se cumpla y no hay mal que dure cien años, o eso, o ponemos los remedios para que el cuerpo aguante.

Si quieres profundizar más sobre el impacto de la Covid19 en la Salud Mental, te invitamos el próximo 10 de diciembre a la jornada online gratuita «El Impacto de la Covid19 en la Salud Mental». Descárgate el programa aquí e inscríbete haciendo aquí.