Voy a iniciar mi entrada con un microrrelato:
Hace tantos años. Todavía me recuerdo tumbado en el suelo frío de mi casa, todavía sin amueblar, sin puertas, sin calor de hogar. Acurrucado, en posición fetal; quizá buscando de nuevo alguna forma de volver a empezar, a renacer. Pasaron horas. No recuerdo bien. Pero lo que aparecía una y otra vez es la necesidad de morir o dejar de sufrir. Los pensamientos son confusos. Todavía recuerdo los paseos por un Madrid frío de invierno, lluvioso, gris, difuminado, sin rumbo. Los bolsillos del abrigo llenos de cosas sin orden, igual que mi agenda, igual que mi mente, igual que mi presente y futuro. Como las piedras que Virginia Woolf puso en su abrigo de camino al río Ouse para tirarse y dejar de sufrir. El silencio atronador que me invadía y una ceguera emocional tan invasiva que solo dejaba contemplar la muerte como la única forma de salir del sufrimiento, de evitar la mirada de los otros, de no cumplir con las expectativas, las mías y las de los demás, de no poder pensar en ningún futuro. Tenía todo preparado desde una brutal confusión; es lo paradójico del suicidio. Allí estaba, en el precipicio. Pasé mucho tiempo allí; horas, días, meses, años con la mente y la vida confusa. Sin embargo, las cosas se fueron colocando, tuve ayudas para colocarlas, los bolsillos se vaciaron, las puertas se pusieron, la confusión despareció y la mente se ocupó de lo importante de la vida. Sin embargo, allí estuve, en el precipicio. Sé el camino.
Ha muerto Verónica Forqué. Vero se suicidó. Nos invade nuestro “ser” de tristeza. Hace poco la escuchábamos reflexiva: “Estoy en un momento muy difícil, perdonadme. No puedo más de Verónica Forqué, no puedo más de esta persona. Me gusta Vero. Qué show estoy montando”. Verónica Forqué, el personaje público con la sonrisa e ingenuidad eterna se “confesaba” a través de su verdadera propietaria: Vero.
El concepto de confesión que Foucault vinculaba de manera tan argumentada con las relaciones de poder, nos expone al juicio de los otros en un juego de rituales que conjuga lo público y lo privado. Es un binomio dinámico. co-construyendo complejos juegos de verdad en un ser-sujeto como proceso de subjetividad de la vida, y sujeto-social como proceso de relaciones de derechos y obligaciones colectivas. Este proceso implica la complejidad del sufrimiento versus el bienestar humano y su vinculación con nuestros espacios sociales.
Vero, como experta de vida, nos hacía un regalo importante en forma de confesión y grito de auxilio. No la escuchamos. Otra vez no hemos llegado a tiempo. De nuevo se escuchaba que los intentos previos solo era una forma de llamar la atención. De nuevo, se escuchaba que la personalidad depresiva era el único factor de riesgo. De nuevo se escuchaba que hay que poner más presupuestos para la salud mental que, repetidamente, nunca llegan. De nuevo, se escuchan infinidad de barbaridades sin parar en un espectáculo morboso avalado por los medios de comunicación.
No hemos llegado a tiempo. No estamos llegando a tiempo para millones de personas.
Decía Durkheim que existe para cada pueblo una fuerza colectiva, de una energía determinada, que impulsa a las personas a matarse y los actos vinculados al suicidio no dejan de ser una prolongación de un estado social. Es la mirada y conformación social la que define múltiples dimensiones para que las personas sientan y vivan que sus vidas transitan por “no lugares” y que empujen al suicidio. Augé lo explicaba bien. La vida de las personas necesita ser transitada por “espacios y lugares para el ser, la significación de bienestar y el vínculo social”. Sin embargo, son muchos no lugares “no empleo, no vivienda, no relaciones sociales, no relaciones de apoyo, no salud, no patrimonio, no amor…”. Millones de personas transitan por espacios para el “no ser, el sufrimiento y la soledad”. Algunas durante casi toda su vida. Otras por etapas. Otras optan por el suicidio como el acto más grosero de vivir una vida sin libertad, sin placer, sin vínculos que acompañen y sin significación para la vida. Vero, en su transitar experimentó esta invasión del “no lugar”.
En esto, ¿tenemos una responsabilidad colectiva?
Sin embargo, con nuestros “juegos de verdad” parece que todos y todas tenemos que vivir con una estupenda sonrisa pública, ser excelentes profesionales, excelentes familiares, excelentes parejas, excelentes amigos, aunque nuestro “sujeto-ser” esté en un sufrimiento infinito, de manera insoportable, de manera insostenible. También puede ser que, a veces, pensemos que nunca vamos a tener piedras en los bolsillos y que nunca vamos a caminar hacia el fondo del río y que nunca transitemos el camino hacia el precipicio. Sin embargo, cada uno de nosotros y nosotras podemos estar allí. Somos vulnerables.
Algunas personas, ahora mismo, están allí, llenos de piedras. Están en la orilla, caminando hacia el fondo o a punto de caer por el precipicio.
Algunos/as están muy cerca de nosotros/as. ¿los vemos? ¿podemos hacer algo?
Abrir el corazón y abrir los ojos al sufrimiento ajeno. Acompañar sin juzgar. Comprender a aceptar con ternura el dolor propio y el dolor ajeno… Eso podemos.
Uff… Óscar! vaya reflexión te has marcado. Gracias por la clarividencias de tus palabras. Hay que que ser muy cuidadoso y respetuoso con todo lo que acontece dentro de la enfermedad mental. No se puede minimizar el impacto de una depresión y ojalá que todas las personas hagamos lo posible para visibilizar y prevenir el suicidio. Un abrazo desde Sevilla.