El pasado día 10 de octubre, como cada año desde 1992, se conmemoró el Día de la Salud Mental, una fecha destinada a dar visibilidad a una situación, me gustaría decir que otrora, silenciado por lo supuestamente vergonzante del sentir que somo frágiles y más si ese fallo se produce en nuestra cabeza.
Por suerte esto ha cambiado (o al menos está cambiando), hoy son muchas las personas que admiten sin reparos que han sufrido depresión, ansiedad o que en un momento dado tuvieron un brote psicótico sin que de por sí, esto suponga un menoscabo en su credibilidad o en su reputación, al contrario, en muchos casos esto ha supuesto una remodelación del concepto que el otro tenía de su persona pasando a ser considerados como luchadores bajo un halo de superación o fortaleza.
Hoy la salud mental se ha convertido en un tema de conversación habitual, las empresas ahora buscan maneras de incluir acciones que garanticen la salud mental de sus trabajadores, del bienestar de la plantilla (no puedo dejar de pensar ahora mismo en Biden, el todavía presidente de EEUU, cuando en una declaración hablaba sobre el hecho de que los empresarios no encontraban trabajadores y bajando la voz exclamó “Sí, os lo digo, pagadles más”, pero ese es otro tema). Como decía hoy la salud mental está en las conversaciones diarias, pero me da miedo que tan solo seamos una moda.
En 1961 se estrenó la película “Plácido” de Fernando Trueba, que llegaría a estar nominada al Óscar a mejor película de habla no inglesa. Este no era el título que en principio el director pensó para la cinta. Su intención inicial era que se llamase “Ponga un pobre en su mesa” haciendo referencia a esa campaña navideña promovida en los años 60, rodeada de buenismo como manera de “hacer que se hace algo” mientras limpiaba las conciencias de una burguesía incipiente en una sociedad en la que, tras una postguerra muy larga, aún la miseria era lo cotidiano. Si no habéis visto la película os la recomiendo. Revestida de comedia,(no quedaba otra para vencer a la censura) el director plasma los esfuerzos de las fuerzas vivas de la localidad por mostrar a todos su bondad llevando a un pobre, o a un anciano del asilo, para agasajarles con una cena de nochebuena sin reparar en gastos y con la cobertura radiofónica que lo retransmitiría todo, mientras que nadie atiende a Plácido, eses asistente que traen y llevan, del que nadie se ocupa y cuyo único objetivo es poder pagar la letra de su motocarro, su fuente de ingresos y de progreso.
Esta analogía tan solo la pongo encima de la mesa para reflexionar, para que demos una vuelta al sentido de algunas conmemoraciones como la del día 10, su sentido y su contexto, para que quizás no nos centremos únicamente en los testimonios en primera persona, para que no sea la prioridad los reels redundantes o los hashtags repetidos quedándonos en la anécdota ya conocida, parafraseando a Ángel Martín, que no todo sea puntos para los locos, miremos un poco qué hay detrás, quienes trabajamos en silencio para haber llegado a este punto de aceptación y normalización de la enfermedad mental como una enfermedad más, que pensemos en los medios de los que disponemos, en las estrategias de intervención, igual que estemos un poco más atentos a los Plácidos y no al hecho de sentar un pobre en tu mesa por navidad y que todo termine con un gesto.
Me gustaría que los políticos pudieran mejorar los servicios de salud mental y que estemos atendidos más continuamente y que los profesionales estén para ayudar no para ponernos peor de cómo estamos y humillarnos porque a veces es para decirles de todo menos bonito porque tenemos problemas no vamos a su consulta por gusto es porque no estamos bien y que nos traten bien