Antes de entrar en pormenores, permítete durante dos minutos recordar a aquella persona adolescente que fuiste. Puede que te vengan a la mente diferentes momentos vividos con mayor o menor intensidad. Discusiones con tus progenitores por la hora de llegada. Tu primer amor y desamor. Aquel botellón en las fiestas del pueblo. Restricciones a la hora de hablar por aquel teléfono góndola que estaba en el salón… pueden venirte a la mente multitud de circunstancias que harán que esboces una sonrisa o que te plantees que, quizá, te hubiera gustado tener más acompañamiento en algunos momentos, puede ser que tuvieras ansiedad, depresión, melancolía profunda, momentos de perder el sentido de vivir, soledad… ¡Tantas cosas!
Ser adolescente es una etapa por la que hemos transitado con más o menos éxito.
Ahora se sabe que la adolescencia es un proceso vital que conlleva cambios a un nivel profundo, emocional, fisiológico, biológico, social y psicológico. Vertebra la vida del ser humano durante unos años en su vida y es un momento de deconstrucción para la construcción de la persona joven y adulta que seremos en el futuro. La adolescencia también se convierte en esa época horribilis para las familias, que genera miedo e incertidumbre, nos cuestiona como padres y madres y nos confronta, si cabe más, con nuestra sombra porque, recordemos, sus tiempos no son nuestros tiempos y, aunque haya cosas que se den en paralelo, no podemos comparar nuestras vivencias con las que, en el aquí y el ahora, vive una persona adolescente. Por tanto, en esta época de cambios, las madres y padres nos despedimos también del “peque” que dejamos atrás para acoger y acompañar al futuro adulto que antes se dejaba abrazar y ahora no se deja, aunque lo esté deseando y menos en público, que unas veces es una cría pero otras es hostil y retadora, incluso, desquiciante.
Es en este momento cuando la vida de nuestros hijos e hijas, otrora controlada y casi en una burbuja, se convierte en un enigma y es en ese enigma donde también la persona adolescente boga gestionando como puede sus cotidianidades. Lo que desde una visión adultocentrista nos parece algo sin importancia, es para ellos un drama, (recuerda tu primera ruptura) o una alegría eufórica. No está mal, no pasa nada, estás ante una persona adolescente.
¿Qué sucede en esa cabeza y en ese corazón para que una persona adolescente decida quitarse la vida? Es en esas cotidianidades que se hacen “bola” en el mundo del adolescente, unido a una deficitaria gestión emocional y falta de herramientas, así como de acompañamiento, cuando puede suceder que la persona adolescente caiga en el desánimo y en la acumulación de basuras en el alma que no sabe dónde colocar convirtiéndose en la “Nada” de la que hablaba Michael Ende en la Historia Interminable que va arrasando con todo. Las ganas de salir, estudiar, superarse, mirarse en el espejo, levantarse de la cama o todo lo contrario en extremo… dejando a su paso un profundo desprecio por sí mismo y una tristeza que le devora y le traga como la tristeza se tragó al caballo de Atreyu dando lugar a un profundo vacío existencial que conduce a querer dejar de sufrir dejando de existir. No hay ilusión, no hay esperanza, solo hay pulsión de muerte, mucho dolor y enormes heridas emocionales.
Esto, muy resumido, es lo que va llegando al Servicio de Educación Social desde que comenzó a darse la desescalada como consecuencia de la crisis de la Covid-19 que tanto daño ha hecho a la población en general y adolescente en particular. Lo que antes eran casos puntuales, se ha convertido en un notable número de altas familiares con menores y adolescentes que han tenido ideación suicida y, en algunos casos, intentos autolíticos, amén de otras patologías vinculadas a salud mental infanto-juvenil.
Desde mi trabajo en el Servicio de Educación Social entiendo que el trabajo pasa por acompañar al menor y la familia en el duro proceso de volver a engancharse a la vida, de cambiar la visión adultocentrista por una visión cercana, tierna y amable hacia el universo adolescente.
Sabemos que la persona adolescente, en general, y en riesgo de suicidio, en particular, necesita de una mirada apreciativa alejada de juicios de valor y que les permita verse más allá de sus diagnósticos y etiquetas, de manera global y potencial. Para ello, considero importante los espacios formativos para profesionales y la creación de espacios referenciales para la población adolescente que constituyan un lugar donde ir en situación de crisis y que permitan detectar situaciones previas que sirvan para la prevención de males mayores.
Hay que tener en cuenta que cualquier acción de cara a esta población tiene que poner al adolescente en el centro, tiene que formar parte de su proceso y de su camino, abrazado por la familia cuando esto es posible. El papel de la familia es fundamental por eso es importante que se sienta acompañada cuando las situaciones son tan críticas para no caer en el desánimo y en la culpa o, al contrario, para ayudarles a poner el foco en la gravedad de la situación de su hijo, incidiendo en la importancia de acudir a los recursos que servirán de ayuda en la recuperación del menor cuando se corre el riesgo de que una visión adultocentrista tome por tontería aquello que es grave.
Por ello también es tan importante el trabajo en red. No puedo entender este acompañamiento sin el apoyo y respaldo de los servicios públicos de salud mental que tristemente se ven saturados. En muchas ocasiones mi trabajo como educadora social pasa por el refuerzo de todas estas líneas de intervención desde colegios, institutos, centros y hospitales de día.
Para terminar, me parece importante tener en cuenta un detalle. El estado de salud mental de nuestra población infanto-juvenil dice mucho del estado de salud mental de la población en general y de cuánto ponemos la mirada en el cuidado de nuestra infancia y adolescencia. Si tenemos en cuenta que los recursos destinados a la atención en crisis están saturados, ¿cómo de buena está siendo nuestra salud mental y nuestro trato a la población menor y adolescente?
No se trata de culpa, se trata de responsabilidad. Dale una vuelta.
Fantástico trabajo el que hacéis desde el Servicio de Educación Social querida Carlota 🙂 Mucha fuerza para seguir siendo brújula para mucha de la población que atendéis para que puedan transformar a la pulsión de Vida 🙂
Dura reflexión, muy bien reflejada
Carlota, este artículo le debí de leer cuando mi hija tenía 14 años y que hoy tiene 39. Cuanto me hubiese ayudado!!!! El saber q hay acompañamiento para los adolescentes y sobretodo para los padres. Aunque los padres se impliquen de manera absoluta en los problemas de sus hijos adolescentes, lo hacemos de una manera muy subjetiva y no logramos comprender NUNCA a nuestros hijos en esa etapa.
Gracias por todo lo q nos dices en el artículo, por desgracia para mí, lo he leído tarde.
Mil besos querida compañera.