Centro de Vida Latina

13 octubre 2017

Desde primera hora la luz atraviesa los cristales. La luz se torna azulada bañando de tranquilidad el Centro de Día Latina. Ahí está Almudena, debajo de una viga llena de trofeos y delante de un póster que tiene un mensaje con letras bien grandes: “Opportunity”. Qué buen mensaje de bienvenida, ¿verdad?

El buzón de sugerencias se encuentra dentro de unas flores de tela amarilla realizadas en uno de los talleres. Y ellos están sentados en la recepción. “Juanan nunca se enfada en la vida. Tiene un Don” me dice Almudena. Juanan sonríe a la vez que saluda a su compañero, “¡qué tal Luis!”.

A la izquierda hay una puerta abierta que invita a entrar; pizarras, colores, lanas, mandalas, una mesa amplia, un póster de los chakras… La sala contigua huele a cafetería, de esas que hacen bollería casera. Café recién hecho. Un olor que te hace sentirse en casa.

La Sala Polivalente acompaña a este café. Es la sala tecnológica. Ordenadores, televisión, impresoras… Todo lo que necesitas para sumergirse en la tecnología. Y todos estos aparatos eléctricos resaltan gracias a las coloridas y misceláneas manualidades realizadas por los usuarios. Un color que se encuentra en todas las salas. Al lado de la ventana una librería llena de libros desordenados, señal de que se usan, se tocan, se leen… No hay nada más vivo que una librería desordenada.

El amplio pasillo muestra todo el centro sin recovecos, sin escondites. El pasillo está decorado con grandes corchos en los que se puede leer; lo que crees, creas, si puedes soñarlo puedes hacerlo,  nos une la diferencia, una mente sin barreras… Y fotos, muchas fotos de grupo.

A la derecha del pasillo los despachos: directora, terapeuta ocupacional, psicólogo, educadores y EASC (Equipo de Apoyo Social Comunitario), en cada uno se respira lo propio de su trabajo; el color, los corchos, las fotos. Ni aposta están ambientados.

Ella, Susana. Entró un día a este centro. Tras una vida muy intensa de viajar, conocer gente, etc., Quedó sumergida en una espiral los últimos años de su vida; depresión, ingresos, pocas ganas de vivir… Y entró sin recordar, sin hablar y sin casi poder andar ni moverse. Tras una vida llena de infortunios, Susana perdió su luz, esa luz de las que todos en el centro hablan. El trato de los compañeros y los profesionales le hizo entonces cambiar. Se le aceptó tal y como era, y ella volvió a ser ella misma, a reconocerse de nuevo; crítica, ácida, amiga, divertida, cariñosa, espontánea, tierna.

¿Qué hicieron sus compañeros y profesionales? Ser su espejo. Centrarse en sus cualidades y no en sus rechazos, fomentar la libertad, su libertad y su autonomía personal. Sus compañeros despertaron todas las cualidades que en un momento dado yacían dentro. Y Susana comenzó a verse con ojos de los demás e ir hacia arriba.

Tan crítica era que decía a los profesionales aquello que veía que se podía mejorar y animaba a sus compañeros a ser más participativos. Y les enseñó que en la vida no todo tiene que ser lo correcto, que existe el experimento, el disfrute, la diversión… Sin que esto sea el desencadenante de unas consecuencias negativas. Y tanto profesionales como ella lo entendieron así: la libertad para elegir, para ver la vida como cada uno quiere.

Tres años más tarde y por malas circunstancias de la vida, Susana fue ingresada en una residencia de esas que tratan a la mente de otra manera. Y desde allí escribió una carta en cuyo reverso no ponía “Centro de Día”, sino “Centro de vida”.

Centro de Día

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