El tercer episodio de la campaña Cuéntamelo otra vez, ha querido poner el foco en las madres que acompañan, en las que están, en las que lloran, en las que sufren, en las que permiten que sus hijos e hijas crezcan y se realicen más allá de tener un diagnóstico grave de salud mental, en las que nunca dejan de esperar la solución que consuela, en las que siempre estuvieron en los espacios terapéuticos y las que teniendo escrito su libro de navegación familiar tuvieron que cambiarlo.
Porque la historia de las disciplinas psi (psiquiatría, psicología… ), también tienen una deuda por reparar con ellas (con las madres) por etiquetarlas de aquella manera tan despectiva con el término madre esquizofrenógena (1948, Frida Fromm-Reichman), como si la realidad fuera tan sencilla y predecible como el que encierra estas dos palabras.
Y es precisamente una madre y una situación cotidiana real (un maquillaje que genera alergia provocando lagrimeo) las protagonistas de este capítulo que pone de manifiesto como una mala interpretación puede llegar a poner en alerta todos los sistemas de ayuda necesarios.
Afortunadamente, resignificar los acontecimientos cotidianos de vida de las personas (capacidad de otorgar un sentido diferente al pasado a partir de una nueva comprensión en el presente), tiene un impacto en el mundo interno y relacional que puede contribuir a que aquellas situaciones que preocupan y angustian vuelvan a ser asumidas con una menor carga emocional para los que comparten una historia de vida común.
Quizás, en el imaginario colectivo hipotético, podamos pensar que la sobreprotección quedó instalada en los sistemas familiares, cuando éstos andaban perdidos y desesperados encontrando soluciones para combatir el sufrimiento de uno de sus miembros, y su derrocamiento, soló fue posible, cuando se cruzaron en el camino, el diálogo, la ausencia de juicio, la expresión de deseos, la confianza y varios sistemas sólidos y seguros que apoyaron el cambio.