Eva Muñiz es coautora de una de las últimas publicaciones de Editorial Grupo 5: “Psicoterapia y rehabilitación de pacientes con psicosis”. Licenciada en Psicología y convencida de su profesión desde 3º de BUP cuando su profesor de Filosofía les habló de esa ciencia. En la carrera tuvo la gran oportunidad de que Carmelo Vázquez y Elena Fernández López de Ochoa le dieran clases magistrales. En su quinto de carrera apareció en su aula Abelardo Rodríguez a darles una charla sobre psicología comunitaria y hablarles sobre el Plan de Atención Social a personas con enfermedad mental grave y duradera, plan que continúa coordinando, “entonces ya era como mi sueño dorado entrar a trabajar dentro del Plan”. Y llegó a trabajar en el Plan, primero en el Centro de Rehabilitación Laboral de Vázquez de Mella y ahora en Latina, centros gestionados por Grupo 5. Una trayectoria de 18 años en la profesión que ahora plasma en el capítulo “Re-conocerse en el otro”.
¿Cómo ha sido la experiencia del libro?
La experiencia del libro ha sido muy bonita. En parte, por compartir con los coautores el enfoque sobre la salud mental. Nos interesa integrar distintas perspectivas, estar abiertos, ser esponjas de todo lo que pueda enriquecer la comprensión del ser humano… las personas que están dentro del libro son grandes profesionales y mejores personas. Por otro lado, la reflexión sobre los temas que he tratado me ha obligado a cuestionarme mi propio trabajo.
Qué implica la intervención integral de la que hablas en el libro
Creo que lo principal es entender que la salud mental forma parte de un continuo (no creo que exista la salud absoluta o la enfermedad absoluta) y que el individuo está compuesto por muchas dimensiones que se influyen y alimentan, entre ellas las que constituyen el estado de salud. Creo que la salud mental se conforma a lo largo de la vida, y su estudio implica entender cómo se ha producido el desarrollo evolutivo y en qué contexto sociofamiliar ha crecido, puesto que de estos factores depende la adquisición de factores de resiliencia y de vulnerabilidad y por tanto, su salud mental. La intervención integral implica rescatar los recursos que permiten al individuo lidiar con las adversidades de la vida, y modificar o compensar aquellos procesos que se han conformado de un modo que dificultan la autonomía y la integración social adulta, en definitiva, potenciar los recursos cognitivos, emocionales, familiares y comunitarios que hacen posible una vida satisfactoria en sociedad… Este trabajo conlleva tener una perspectiva integral y un conocimiento del proceso evolutivo del individuo más allá de si tiene problemas de salud mental o no, para así poder entender el significado del síntoma en el ciclo vital. Creo que a lo largo del crecimiento el ser humano va adquiriendo una serie de herramientas cognitivas, emocionales y sociales que le van a permitir afrontar los problemas de la vida con más o menos salud.
Es importante que la búsqueda de conocimiento sobre la metodología de evaluación e intervención trascienda las fronteras de la propia red de recursos de rehabilitación, que aún siendo una gran red, es limitada. Debemos trabajar por una integración comunitaria real e impedir que nuestra red de recursos sea, como lo eran antaño los muros del manicomio, una frontera que impida la inserción social. Me preocupa que el único mundo sociolaboral que manejemos sean los centros especiales de empleo de la red, la liga de fútbol dentro de la red, los club sociales construidos en los propios centros… creo que aún nos queda un camino por recorrer dentro de la comunidad que implica que la gente pueda hacer cosas con la gente, por eso el título de capítulo re-conocerse en el otro, que tú y yo nos reconozcamos aunque yo tenga una enfermedad mental.
Cuéntanos un poco más sobre eso, sobre re-conocerse en el otro. ¿Por qué ese título del capítulo?
Por dos razones fundamentalmente: Una porque no somos seres individuales, sino que somos seres sociales. Es en la relación con el otro donde construimos nuestra identidad, donde nos hacemos seres sociales; y otra, porque aún percibo la diferenciación “nosotros y ellos”. Las personas con enfermedad mental grave y las que no la padecen comparten deseos, necesidades, motivaciones, emociones, estilos de personalidad. Hay un mutuo reconocimiento porque somos seres humanos y como tales “nada de lo humano nos resulta ajeno”[1].
Háblanos de la relación ciclo vital y enfermedad mental
Las primeras personas con quien se relaciona el bebé son los progenitores (o quien haga esa función). En esa relación se van formando aspectos fundamentales en la construcción del individuo, como el ser reconocido, escuchado y atendido de una manera consistente, la capacidad para ir identificando las propias emociones, las emociones del otro, integrar los límites a los propios deseos que permitirán la socialización… Además a lo largo del ciclo vital se producen cambios muy importantes. El niño pasa de ser dependiente a progresivamente más independiente, la estructura familiar se va modificando, se producen sucesivas crisis de crecimiento, la más conocida la crisis de la adolescencia en la que se cuestionan los valores familiares, y las normas establecidas… Depende de cómo se gestionen estas etapas puede haber crecimiento o bloqueo en el proceso de maduración. La estructura familiar ha de estar definida, y los progenitores han de tener tiempo para cuidar, orientar, contener…
Cómo es la resiliencia familiar cuando una familia recibe la noticia de que un pariente tiene enfermedad mental
Creo que la familia está muy estigmatizada también. Se espera de las familias que asimilen esta situación a un ritmo determinado, que aprendan a hacer las cosas de manera diferente a como han venido haciéndolas hasta la actualidad, contraviniendo sus propios valores, y se les da indicaciones bastante directivas que les invalidan: “tienes que hacer…”. Se habla de escuela de padres, desde la postura de “te vamos a enseñar a ser padre” sin tener en cuenta los esquemas de los que parte su manera de hacer. Es necesario un entendimiento previo de cómo es la familia, de cuáles son sus reglas, su organización familiar, de cómo está estructurada, de cómo se enfrentan a las crisis… porque si el funcionamiento familiar no se comprende, no puede flexibilizarse, no puede potenciarse una adaptación a la nueva situación de un familiar con enfermedad mental. La salud de la familia es más que la salud mental de cada miembro, es un sistema que ha de reorganizarse, construir una red de apoyo y enfrentarse a situaciones de estrés de un modo operativo para el sistema en su conjunto.
Por otro lado dentro de las instituciones todavía hay un discurso que es culpabilizador hacia las familias. No se nos puede olvidar que tener un/a hijo/a con enfermedad mental grave es difícil de asumir, porque supone aceptar la pérdida de aquellos aspectos que no van a ser como habían imaginado y reconstruir un nuevo proyecto de vida que incorpore los avatares derivados del padecimiento de una enfermedad de larga duración que tiene un gran estigma social. Las familias tienen que encontrar el equilibrio entre cuidar y dar autonomía, reconocer las capacidades y la madurez aún cuando aparecen mezclados con el síntoma, vencer los propios miedos, vencer el “qué he hecho yo”, “en qué he fallado”. Necesitan un proceso para entenderse, para reconciliarse, para hacer el duelo de su hijo idealizado… En estos casos es necesaria la psicoeducación, pero también la terapia familiar.
“No puede haber genuinos re-conocimientos sin el espejo del ser que es la cultura”[2]. ¿Cuál es la relación cultura y enfermedad mental?
Nuestra cultura occidental y el sistema económico en el que vivimos nos impone unas condiciones de vida que no son muy saludables. Tendríamos que tener un equilibrio entre el trabajo, la vida familiar, el autocuidado, el tiempo de esparcimiento…. Deberíamos tener la posibilidad de adaptarnos a los cambios a nuestro ritmo, sin embargo, los cambios están pasando a un ritmo vertiginoso. No estamos en una sociedad que cuide las diferencias individuales, empieza a haber entornos físicamente accesibles, pero no psicosocialmente accesibles. No vivimos en un mundo que cuide a las personas con diferentes capacidades y facilite su integración como ciudadanos de pleno derecho.
La falta de tiempo o, mejor dicho, cómo gestionamos el tiempo, es un factor tremendamente relevante. La parentalidad requiere tiempo, el aprendizaje requiere tiempo, el trabajo bien hecho requiere tiempo, y la construcción de vínculos sólidos requiere tiempo. La comunicación 2.0, al servicio de esta ausencia de tiempo, crean la ilusión de tener una red social amplia, simplemente por el hecho de que dan la posibilidad de una respuesta inmediata a miles de personas. Creo que cultivar las relaciones implica estar cara a cara y “cocinarlas a fuego lento”.
Además nuestra sociedad tiene muy poca tolerancia al malestar, tampoco desea dedicar tiempo a la reflexión. Si lo paso mal, me tengo que tomar la pastilla ya, y así no se desarrollan recursos ni para modificar la vida ni para adaptarse. Hay una patologización muy rápida de los malestares cotidianos, que enriquece a la industria farmacológica y empobrece al ser humano.
Un consejo…
Más Platón y menos Prozac, el título de un libro de Lou Marinoff (risas).
Ana Lozano Cámbara Periodista Grupo 5