Cuando se me propuso escribir un post para el blog me asaltaron dudas sobre la temática a la que dedicarlo, supongo que como a la mayoría de mis predecesores que se han enfrentado a la inicial página en blanco.
Por un momento, y sin saber por qué, me vino desde el subconsciente esa canción de Amaral que dice «¿cómo hablar?”, y a la par que ese estribillo resonaba en mi cabeza, mi cerebro esbozaba un ¿qué decir? ¿de qué puedes hablar?. Esto me conectaba con algo que a priori puede parecer muy sencillo:
¿de qué otra cosa vas a hablar mejor que no sea de aquello que eres?
Soy terapeuta ocupacional y debería ser fácil hablar de ello, pero a la vez te encuentras con tanta gente que te mira con cara rara cuando te presentas como tal o que preguntan el tan manido tera… qué, que a veces es fácil que se nos acabe desdibujando qué somos en realidad todos aquellos que en algún momento de nuestra vida nos decidimos a estudiar y dedicarnos a la profesión de la Terapia Ocupacional.
Creo que todos coincidimos en que es una profesión bonita, de entrega, dedicación y ayuda a las personas más desfavorecidas y en distintos ámbitos. Somos los que intervenimos en todas las áreas de ocupación de una persona tales como actividades de la vida diaria básicas e instrumentales, sueño y descanso, juego, educación, ocio y tiempo libre, participación social, trabajo, etcétera; quienes entrenamos y potenciamos las capacidades que se han visto afectadas por diferentes enfermedades, proporcionando productos de apoyo para suplir las dificultades que muchas de estas personas encuentran para hacer las cosas más sencillas. Somos los que estamos atravesados por la sensibilidad y la sensibilización para con la sociedad, que generalmente vive al margen de los que sufren estas situaciones, hasta que por cosas del azar, les toca de cerca. Somos los que trabajamos con el dolor y el sufrimiento (no los únicos, que no se me malentienda, pero hemos tenido que aclarar tantas veces lo que no somos -la que entretiene a los abuelillos con el bingo, la que asiste y da de comer-, que ahora quiero hacer hincapié en lo que sí somos), los que acompañamos en estos contextos y los que irremediablemente vamos cargando con todas esas gotitas de dolor que nos salpican. Y, lamentablemente, algo que me voy encontrando de un tiempo a esta parte, con cada compañero de profesión que hablo, es un sentimiento de frustración y cuestionamiento propio muy extendido entre todos nosotros y no puedo evitar preguntarme por qué nos pasa esto a todos los que desempeñamos este trabajo tan bonito.
No sé si esto es algo de lo que otros compañeros de los equipos multidisciplinares sean conscientes, posiblemente no. Posiblemente desde muchos puestos no se dedique mucho tiempo a escucharnos y valorarnos, y esto más allá de poder hacernos sentir comprendidos, alimenta más la frustración. Conozco compañeros de carrera que han acabado dedicándose a otra cosa, reorientando su perfil profesional por la falta de reconocimiento y las condiciones irrisorias a las que a veces tenemos que optar (creo que es la única profesión cualificada de la que he visto ofertarse contratos de 5 horas semanales).
Y es triste. Porque creo que una gran mayoría de nosotros, como diría de nuevo Amaral en la primera estrofa de su ya mencionada canción, si volviera a nacer, si empezara de nuevo, volveríamos a dedicarnos a esta profesión tan vocacional y gratificante, la Terapia Ocupacional, pero para ello, es importante que se nos de el lugar que merecemos.
Permítanse conocer la labor tan importante que hacemos.
Permítannos seguir siendo aquellos que trabajamos por y para los demás, pero haciéndonos sentir más valorados.