Existen diferentes definiciones sobre violencia ascendente centradas en la conceptualización de los distintos tipos de indicadores de abusos o en relación al efecto que la violencia tiene sobre el resto de miembros del núcleo familiar; no obstante todas ellas convergen en un punto común: el poder y el control sobre los miembros adultos de la familia.
Para Pereira (2006), son las conductas reiteradas de violencia física (agresiones, golpes, empujones, arrojar objetos), verbal (insultos repetidos, amenazas), o no verbal (gestos amenazadores, ruptura de objetos apreciados) dirigida a los/as padres/madres o a los/as adultos/as que ocupan su lugar. Se excluyen los casos aislados, la relacionada con el consumo de tóxicos, la psicopatología grave, la deficiencia mental y el parricidio.
Existen otras definiciones más amplias de autores como Paterson, Luntz, Perlesz y Cotton (2002) que sugieren que el comportamiento de un miembro de la familia se considera violento si otros miembros de la familia se sienten amenazados, intimidados o controlados.
Las conceptualizaciones más recientes de la violencia ascedente tienen un mayor carácter sistemático y validación teórica, en donde se estudia la emergencia del fenómeno desde diferentes dimensiones como el maltrato físico, psicológico, emocional y financiero. Dentro de las mismas se puede clasificar a la violencia filio-parental siguiendo a Conttrel (2001, 2003), como cualquier acto de los hijos e hijas que tenga como fin provocar miedo en los padres y madres, con el objetivo de dañar a los mismos.
Al igual que en el maltrato conyugal, en situaciones de violencia ascendente podemos distinguir las siguientes dimensiones principales:
– Maltrato físico: según los estudios que se realizaron y aún siendo la forma más visible de la violencia filio-parental, solo un 14% de los padres y madres fueron atendidos por los servicios de salud pública como consecuencia directa de las lesiones sufridas. Esta clasificación comprende acciones como pegar, dar puñetazos, empujar, romper y lanzar objetos, golpear paredes y mobiliario, escupir.
– Maltrato psicológico: se incluyen en esta modalidad de violencia las amenazas auto y heteroagresivas (de cualquier tipo y forma), las críticas constantes y las confrontaciones agresivas, la intimidación, la fuga y todos aquellos comportamientos persistentes con el fin de intimidar y atemorizar a los padres y madres. Generalmente dirá la autora, esta modalidad de violencia se manifiesta de forma verbal, pero puede acrecentarse, escalar y tomar otras formas (Barbara, 2003).
– Maltrato emocional: se incluyen comportamientos como engañar maliciosamente a los padres/madres haciéndoles creer que se están volviendo locos; realizar demandas irrealistas imposibles de cumplir por sus progenitores, mentir, fugarse de casa[1], chantajes emocionales amenazando con suicidarse o con marcharse de casa sin tener realmente la intención de hacerlo.
– Explotación financiera: comprende una serie de conductas que involucran robar dinero y pertenencias a los padres y madres, daños a la casa o a los bienes de sus progenitores, incurrir en deudas que los padres/madres deben cubrir, comprar cosas que no se pueden permitir ejerciendo presión.
Más recientemente Paterson, Luntz, Perlesz y Cotton (2002) se acercaron al fenómeno considerando que para que el comportamiento de un miembro de la familia sea considerado violento, sus progenitores han de sentirse amenazados, intimidados y controlados por el comportamiento de sus hijos e hijas y estos se acomodan a la violencia. Además está el hecho de que existen unas normas y reglas en el hogar a respetar por todos sus miembros en las que es necesario sublimar los impulsos agresivos para vivir en sociedad o que sino se responsabilizan en aceptarlas deberán asumir el riesgo de vivir fuera de ella sin la manutención económica de sus padres/madres.
En España, Pereira (2006) realiza una aproximación de integración de los diferentes elementos constitutivos de la violencia filio-parental haciendo hincapié en el carácter sistemático y cíclico de la misma, considerando la intencionalidad como meta en sí misma y la dirección que la misma adquiere dentro de un proceso consiente y responsable. La define como: “las conductas reiteradas de violencia física (agresiones, golpes, empujones, arrojar objetos), verbal (insultos repetidos, amenazas) o no verbal (gestos amenazadores, ruptura de objetos apreciados) dirigida a los padres o a los adultos que ocupan su lugar; excluyendo los casos aislados o episódicos que pueden encontrarse relacionados con el consumo de tóxicos, la psicopatología grave, la deficiencia mental y el parricidio”.
Ricardo Rodríguez SuarezCarolina Pulido Castro
Nekane Robles Madurga Asociación Aspacia
[1] La fuga del/de la adolescente puede ser diferenciarse a modo descriptivo en dos modalidades clasificatorias según su meta e intencionalidad. Por un lado se la puede considerar dentro de maltrato psicológico cuando ya se ha realizado como una puesta en escena dirigida a modo de mensaje no verbal para obtener una respuesta de los padres y madres; o dentro del maltrato emocional cuando su meta sea utilizar la amenaza de realizarla para chantajear emocionalmente a sus progenitores y obtener un beneficio secundario sin tener la intención previa de fugarse.
Es muy interesante pero falla en aspectos concretos que ocurren en la realidad relacionados con enfermedades mentales de los actores que sus progenitores no han sabido ver y atender.