Alejandro, la persona con Síndrome de Diógenes que fue rescatada en su casa en el Prat en mayo, fue muy comentado durante unas semanas. Alejandro fue lo que se dice ahora trending topic. No sé muy bien si sus kilos, su síndrome o la forma de rescatarle teniendo que hacer un agujero en el edificio, fueron los que dejaron perplejas a las personas dando lugar a tanto comentario, pero el caso es que se creó un campo de abordaje entorno a varias cosas: la familia y los servicios sociales, pero sobre todo el estigma hacia la enfermedad mental.
Esta noticia desencadenó varias interpretaciones sobre este síndrome y comentarios faltos de empatía. Y nos damos cuenta de que hay problemas de salud mental que todavía ni entendemos, ni estamos preparados para ello.
“Hola soy Marisa y soy esquizo”. Esta presentación se me ha venido a la cabeza esta mañana.
Marisa es una persona que reside en su casa y que es atendida por el equipo de apoyo social comunitario de Latina, un servicio que ejerce la atención en las casas y entornos más cercanos de las personas. Para entenderlo bien vamos a hacer un símil con Mahoma y la montaña: si la persona no va al centro, el centro va a la persona. Así trabajan estos equipos, más conocidos como EASC.
Marisa nos abrió las puertas de su casa dispuesta a colaborar en una sesión de fotos/reportaje sobre la salud mental y los EASC. Y así se presentó. “Mira, entra en esa habitación, echa un vistazo”. Marisa nos animaba con orgullo a entrar en la habitación. No eran palabras de orgullo hacia su síndrome de Diógenes, sino hacia lo que estaba consiguiendo.
Al parecer, poco tiempo atrás esa habitación estaba atestada de cosas. Muebles, cualquier elemento decorativo… Esa habitación y parte de la casa se llenaban de cosas superfluas que Marisa cogía o compraba. La habitación estaba hasta el techo encajada con cosas, así que anteriormente tuvo que ser un lugar bastante brusco.
Nos sentamos en el salón de Marisa mientras ella relataba, sin pelos en la lengua, su historia y su cambio. Nombraba continuamente a su equipo -refiriéndose al EASC- porque, aunque escéptica al principio, creo que ni ella podía creerse todo lo que había conseguido acompañada de este equipo.
El EASC no asaltaba su casa, sino que entraba y “vivía” el hogar de Marisa. No la obligaban a tirar sus pertenencias. Oye, lo que para nosotros puede ser basura, para Marisa podría ser una mesa preciosa si se restauraba. Así que entendían el concepto de “las cosas de Marisa”, y trabajaban la capacidad individual de entender lo que le pasaba y de desprenderse de aquello material, sin dar lugar a algo nuevo, sino dejando ese espacio vacío. Poco a poco. Cosa a cosa.
Así que ahí podíamos sentarnos, en el salón impoluto de Marisa aguardados por una habitación con un montón de trabajo presente y futuro, pero con muy buenas expectativas.
Desconozco el caso de Alejandro y la atención que le ofrecieron. ¿Pero y si Alejandro hubiera tenido un EASC así, o un equipo que entrara a su casa y que validara su enfermedad pero que abordara sus complicaciones? ¿Y si para comenzar a entender las enfermedades nos rodeáramos más de Marisas y de los equipos que le acompañan para, aun pudiendo decir algo ocurrente, no llegar a faltar al respeto como si ellas mismas, las personas con síndrome de Diógenes, fueran cosas?
Quizás comenzamos a entender muy bien la ansiedad o la depresión. Pero debemos comenzar a entender los trastornos con urgencia, para no encontrarnos más esas imágenes repetitivas o esos titulares como los de Alejandro. Para no encontrarnos más con comentarios faltos de humanidad y llenos de cosificación.