La enfermedad de Parkinson (EP) es una afección progresiva multisistémica que por su prevalencia destaca como segundo desorden neurodegenerativo más común tras la enfermedad de Alzheimer; además es el trastorno más frecuente que afecta al movimiento. Se trata de una enfermedad de comienzo insidioso, progresiva, crónica, irreversible y con una sintomatología que empeora con el tiempo.
Aún con los fármacos óptimos, el tratamiento es insatisfactorio en muchos de los pacientes con EP, sobre todo conforme avanza la enfermedad, al agravarse y aparecer nuevos síntomas con peor respuesta a la farmacología. A pesar de los tratamientos fármaco-quirúrgicos, los pacientes con EP desarrollan una incapacidad progresiva. Por ello, el uso de terapias alternativas no farmacológicas (como el ejercicio físico o la fisioterapia, terapias cognitivas, utilización de señales externas con diferentes dispositivos, etc.), de las que existen multitud de variedades, tienen como objetivo maximizar la capacidad funcional, mejorar calidad de vida y disminuir las complicaciones secundarias a través de la rehabilitación por el movimiento dentro de un contexto de educación y apoyo para el paciente. Todo ello se ha visto ser una buena alternativa y tratamiento coadyuvante a la terapia convencional fármaco-quirúrgica.
Tratamiento a través de señales externas en EP
Las señales externas se caracterizan por ser un mecanismo aplicado externamente que genera un aumento sensorial y perceptual de las sensaciones facilitando el aprendizaje motor. Dicho de otra forma, son estímulos del medio ambiente, dispositivos, o generados por el paciente, que este usa de manera consciente o no para facilitar movimientos automáticos y repetitivos. Existen diferentes tipos de señales externas (visuales, auditivas o táctiles (sensoriales/propioceptivas)) que han demostrado ser efectivas en la EP, produciendo mejora de la cinemática de la marcha en parámetros como la cadencia, velocidad, distancia, longitud de zancada y paso; además podrían reducir la congelación de la marcha. También se ha evidenciado mejora y aumento en otros parámetros como los ángulos de excursión de las articulaciones de los miembros inferiores. Estas señales producen mejoras en el equilibrio y podrían ser además efectivas en la sintomatología no motora como ciertos aspectos psicosociales relacionados con calidad de vida y depresión, aunque si bien es cierto, pocos son los estudios de calidad que evalúan estos últimos beneficios nombrados.
En cuanto al mejor tipo de estímulo externo a seleccionar para el tratamiento, hoy en día no es posible afirmar cuál es mejor que otro, puesto que los distintos estudios que los utilizan difieren en la metodología del tratamiento en relación con la intensidad del estímulo, combinación con otros tratamientos, número de sesiones, duración de cada sesión o distribución de sesiones por semana entre otros. En una revisión reciente de 2014, Rocha y Cols. llegaron a la conclusión de que por separado los estímulos visuales producen mejora en la velocidad de la marcha, cadencia y longitud de paso; los auditivos son efectivos en el incremento
de la velocidad y longitud de paso y el uso de estímulos sensoriales produce beneficios significativos en la cadencia, longitud de zancada y velocidad de marcha.
Además la combinación de estímulos visuales y auditivos, produce beneficios en la velocidad de marcha y en la sección motora de la UPDRS (UPDRS III), siendo más significativa la mejora en esta última. Pero en la misma revisión, se apunta que son necesarios en un futuro estudios que evalúen los beneficios de este tipo de señales sobre la calidad de vida, actividades de la vida diaria y congelación de la marcha.
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