A estas alturas del año nos acecha el cansancio, las ganas de verano, de vacaciones, de desconectar, de descansar y disfrutar. Acumulamos un alto nivel de estrés por el trabajo, las preocupaciones, el cuidado de hijos/as o de padres o madres… Si a esta locura de vida le añadimos la culpa por no cumplir con las expectativas que nos imponemos nosotras mismas, nos adentramos en una espiral de la que se nos hace complicado salir. ¿Cuántas veces hemos sentido que las tareas que tenemos por delante nos superan? ¿O que deberíamos dar más de nosotras mismas? Esto es lo que se conoce como autoexigencia. La autoexigencia es la característica que presenta una persona cuando se exige demasiado a sí misma y busca dar siempre lo mejor. La persona autoexigente será aquella que pretenda brindar siempre el máximo rendimiento sin importar si, a veces, sobrepasa sus propios límites o capacidades.
En este último año, más que nunca, como educadoras sociales hemos puesto a prueba nuestros límites queriendo llegar a todo, buscando la perfección en todo lo que hacíamos, siendo imprescindibles… Ahí hemos experimentado la sensación de no ser lo suficiente buenas, de no haberlo hecho lo suficientemente bien en el trabajo o con nuestra familia. Cuando nos hemos dejado arrastrar por la autoexigencia, no hay calma, no hay paz, siempre hay una alarma, una preocupación, una culpa por algo que no hicimos, algo a lo que no llegamos, algo que olvidamos como si esto fuera lo peor que nos pudiera ocurrir. Y ahí es imposible ser, respirar, disfrutar.
La autoexigencia es lo opuesto al autocuidado y llegado este momento es necesario parar y mirarnos. Mirar qué necesitamos y cuándo. Abandonar ese pensamiento destructivo con expectativas exageradas y cambiarlas por otras más realistas. Centrarnos en nuestros logros, felicitarnos por el buen trabajo, valorarnos, aprender del error con humildad. Subir escalón a escalón, prever obstáculos y recursos para superarlos. Dar importancia al proceso, no al resultado.
No pasa nada por no llegar a todo, por tener un mal día, por no haberlo hecho tan bien como nos hubiese gustado. Permitámonoslo, hagamos cosas que en ese momento nos llenen, pequeñas cosas que nos hagan feliz y nos llenen de luz.
La autoexigencia puede convertirse en una fuente de poder que dicte en forma de sentencia mensajes absolutos y arbitrarios, en muchas ocasiones las educadoras sociales tenemos fuertes introyectos que niegan la posibilidad de errar, permanecer en la media, disfrutar.
¿Quién no se dice alguno de estos mensajes?
- Sé perfecta: este mensaje puede traducirse en otros como “sé la mejor», «no te equivoques”.
- Sé fuerte: este mensaje también se manifiesta como: “tú aguanta”, “no seas sentimental”, “tú puedes sola”, “no necesitas de nadie”.
- Sé rápida y eficiente: puede entenderse muy bien con la frase “no dejes para mañana lo que puedas hacer hoy”, “no es cuando tú quieras”, “las obligaciones están primero”, “date prisa”.
- Sé buena: en este mensaje se anulan las necesidades auténticas, cubriendo las necesidades de otros. Ejemplos de esto son: “primero los demás”, “piensa en el otro”, “no seas egoísta”.
La sensación de que nunca nada está terminado o que todo puede ser aún mejor de lo que es, es una característica que resalta en las personalidades autoexigentes. Esto, cuando se trabaja en equipo con otras personas, puede generar molestias.
Vivimos en una sociedad que está repleta de exigencias laborales, sociales y familiares. A veces, resulta casi imposible tomarnos un respiro. Tenemos listados interminables de tareas pendientes, varias agendas que nos “ayudan” a organizar y optimizar el tiempo, los compromisos con los que debemos cumplir, en el hogar y con la familia. Esa necesidad impuesta por alcanzar una meta nos puede llevar a la creencia errónea de que se puede y se debe lograr la perfección en todas o la mayoría de las áreas de nuestra vida. La autoexigencia viene acompañada de un estado de ansiedad, una preocupación asociada al no cumplimiento de lo que nosotras mismas nos impusimos.
El antídoto que hemos experimentado durante este año para ponerle freno a esta exigencia de tener que ser mejores es la autocompasión.
El secreto de esa autocompasión o self compassion, del auto entendimiento y la propia aceptación no es más que mirarse con cierto cariño, es tratarse a una misma con amabilidad, sin criticarse ni juzgarse por los errores. El entorno no lo pone fácil, nuestra profesión tampoco. Vivimos en una sociedad altamente competitiva en la que la compasión ha quedado relegada, donde en ocasiones es sinónimo de debilidad, nos han enseñado a poner el foco en los defectos, en las debilidades y fracasos, con el fin de hacernos daño por no ser las mejores. Somos muy críticas y tiranas con nosotras mismas, sin embargo, somos compasivas y empáticas con las familias.
¿Cuáles son los beneficios de la autocompasión? ¿Para qué nos sirve?
Mostrarnos compasivas con nosotras mismas y hablarnos con cariño va a repercutir a la hora de acompañar y escuchar a las familias con las que intervenimos, así conseguiremos una actitud mucho más empática en la relación de ayuda.
En un tiempo en el que estamos tan condicionadas por la búsqueda de la inmediatez, la autocompasión nos recuerda la importancia de la calma, tan preciada en nuestra profesión y que debemos cultivar día a día para acompañar de una forma respetuosa siguiendo los ritmos y procesos de cada familia.
Cultivar la alegría interior incluso en situaciones de dificultad hará que podamos transformar el modo de ver una realidad o dificultad. Y la autocompasión o self compassion es una expresión de amor incondicional. Somos espejos y en muchas ocasiones observamos cómo la forma y actitud que nosotras proyectamos a la hora de encarar un problema o dificultad será de la forma que lo intente resolver la familia, niño o adolescente con el que estamos trabajando.
De ahí la importancia de cuidarnos, de priorizar nuestras necesidades y sentirnos bien con nosotras mismas. Hemos vivido un año duro, de experiencias profesionales y personales incomparables, pero también de grandes aprendizajes y crecimiento personal. Pudimos darnos cuenta de esta autoexigencia tan asfixiante que experimentamos y como el elegir parar, cuidarnos y liberarnos de ella nos ayudó a frenar el estrés, la presión, la frustración o impotencia que nos estaban generando estas obligaciones autoimpuestas a partir de un ideal de perfección casi inhumano. Sin duda, el equipo, los espacios de supervisión, la familia y amigos han sido un tesoro y un oasis del que estamos inmensamente agradecidas. En muchas ocasiones este trato amoroso y compasivo hacia nosotras no está siendo fácil, pero creemos que vale la pena intentarlo.
Permitámonos la autocompasión porque como leímos una vez, ahí está la calma, la paz y la risa libre.
Gema Martínez, colegiada nº1444
Ana López, colegiada nº 1443
Educadoras Sociales Distrito Chamberí. Servicio de Educación Social del Ayuntamiento de Madrid.
Leer este artículo me ha regalarnos unos minutos de calma, reflexión y cuidado. Gracias y enhorabuena a las compañeras por su trabajo.
Gracias!! Gracias por vuestro gran trabajo de reconstrucción de historias de Vida y Gracias!, por poner en valor el difícil Arte de la compasión, autocompasión en esta humanidad compartida.
Qué importante lo que escribís, y qué oportuno, gracias!
Qué necesario encontrar estas reflexiones en estos momentos. Momentos en los que la saturación forma parte del día a día y por defecto tiendes a juzgarte.
Qué importante que nos recuerden que lo importante somos nosotros mismos.
Abrazos