La enfermedad mental no solo afecta a la persona que la padece. En numerosas ocasiones, el cuidado de una persona que presenta un trastorno mental grave se produce dentro del entorno familiar, algo que, aunque se hace con el mayor cariño posible, repercute en que las necesidades del cuidador queden relegadas a un segundo plano, provocando emociones como tristeza, rabia, sentimiento de culpa o preocupación que lleva a que la relación del familiar con la persona de la que se hace cargo se deteriore y se den conflictos en la convivencia. No obstante, hay alternativas para poder paliar o mejorar esta situación.
En las residencias de salud mental hay unas plazas destinadas a estancias de corta duración, entre quince días y un mes, destinadas, en la mayoría de las ocasiones, a personas que requieren un respiro familiar.
Durante el tiempo que la persona se encuentra en el centro, los profesionales, a través de una atención integral ofrecen herramientas a los familiares para afrontar las diferentes situaciones, a veces conflictivas y estresantes, que derivan de la convivencia. Además de los beneficios de disfrutar de un tiempo de descanso, ocio y tiempo libre, estas estancias también les ofrecen sustituir por un tiempo el rol de cuidador y poder atender a facetas de la vida personal que suelen quedar aparcadas.
A lo largo de mi experiencia tanto como psicóloga como directora de una residencia para personas con trastorno mental grave, he podido observar el recelo que algunas familias tenían hacia estos centros por el sentimiento de “abandono” que podían hacer a su familiar. Sin embargo, nada más lejos de la realidad cuando experimentaban una estancia de respiro y podían comprobar cómo su familiar mejoraba en distintos aspectos emocionales y de realización de actividades básicas de la vida diaria, además de su relación entre ellos.
Las personas que vienen a las residencias de salud mental reciben una atención profesional e individualizada, asegurando la continuidad de sus cuidados y priorizando sus deseos y expectativas respecto al proceso de atención durante su estancia. Para muchas de ellas se convierten en unas vacaciones y solicitan la plaza cada año e incluso algunas personas, después de su paso por la residencia, solicitan una estancia de mayor duración para abordar objetivos que requieran de más tiempo. Además, es una oportunidad de cambio en muchos sentidos: cambian de ambiente, de barrio, de entorno y viven una experiencia nueva, que les hace recuperar hábitos que habían perdido, como relacionarse con gente diferente o realizar actividades que hacía tiempo que no realizaban.
Hace años, estas estancias se ofrecían en verano y Navidad, pero había circunstancias puntuales de los familiares en las que no se podían hacer cargo de la persona a la que cuidaban, por lo que se demandaba la estancia de descanso familiar en cualquier época del año. En la actualidad, la plaza de corta duración se deja todo el año disponible para cubrir esas situaciones en las que el cuidador necesita que su familiar sea atendido: enfermedad o intervención quirúrgica, motivos laborales, traslados, maternidad, etc.
Por todo lo expuesto, las estancias de respiro familiar cobran especial importancia en las residencias de salud mental, ofreciendo a padres, hermanos y/o tutores un tiempo que repercutirá de forma positiva en la evolución de la persona y en la vida diaria de toda la familia.