Uno de los sueños que tiene, o que al menos debe tener todo estudiante universitario, es poder ejercer la profesión a la que está dedicando su estudio. Durante las prácticas curriculares, observas y absorbes cada actuación, cada palabra y cada intervención que lleva a cabo tu mentor. Es entonces cuando tu cabeza empieza a soñar y piensas “cuando tú ocupes ese lugar…”. En ese momento solo quieres dar todo de ti, exprimirte a ti misma, poner toda tu ilusión, las ganas y el empeño en poder transformar tu vida y los demás. Al fin y al cabo nunca se sabe si vas a tener la oportunidad de volver a ejercer de manera oficial. Dije esta última frase en mis últimas prácticas y entonces escuché ¡qué pesimista! Pero esta es la verdadera realidad, mi realidad, porque el gran temor que tenía en ese momento era no poder encajar en el mundo de lo social.
Y entonces llegó, tras la titulación, el primer empleo. De la boca de mis conocidos y más allegados salían frases como “no te fíes de nadie”, “nada de dar cariño a las personas con las que vas a trabajar”, “mantente rígida”. En ese momento, toda serie de conocimientos obtenidos en la carrera se mezclaron con sus “consejos” y mi cabeza no entendía nada. A causa de la falta de experiencia y la inseguridad que me provocaba la misma, decidí tomar conciencia de todo lo que me decía, y llegó mi primer día. Rígida, fría, normativa. Adjetivos que no acompañaban nada a mi manera de ser, fueron los que me acompañaban durante mi primer día de trabajo. Un caos. En ese momento no te lo planteas, pero esos tres adjetivos eran una losa que impedía que no llevase a cabo la práctica más adecuada. Tras varias semanas sin lograr generar vínculo, decidí retomar mis apuntes de la universidad. Recordaba haber hecho un trabajo sobre este colectivo y pensé que me ayudaría. Efectivamente, la rigidez, la normativa estricta y la falta de cariño, eran palabras que no aparecían en ese trabajo. Todo lo contrario. Desde ese día, decidí transformar mi manera de trabajar.
Seis meses después, aunque no todo es de color de rosa, he conseguido sentirme cómoda con todas las personas que trabajo. Es verdad que de una manera o de otra, siempre hay personas con las que es más fácil llevar a cabo unos objetivos o plantear una serie de intervenciones, pero lo que sí tienen todos en común es que con esos preceptos marcados no iba por buen camino.
Lo primero que he aprendido en mi pequeño periodo de tiempo profesional, es que la pasión y las ganas es la base de todo. Una vez leí que sin pasión no hay educación, y qué gran verdad es.
Ello va muy de la mano con la paciencia. En colectivos que se ven en circunstancias tan problemáticas y de tanto sufrimiento, no se van a abrir a la primera sonrisa de cambio, por lo que lo único que nos queda es esperar, esperar a que vaya pasando el tiempo y que los pequeños pasos que dan, sirvan para su propio acercamiento. Muy necesaria también es la empatía, el saberse poner en el lugar del otro y no sin ello saber escuchar. La necesidad que tenemos a veces de ayudar a los demás nos nubla las ideas y en vez de pensar y escuchar, intentamos avanzar hablando, hasta que te dicen “profe hablas mucho”. Entonces, es cuando te paras a escuchar, a entender; las lecciones ya vendrán después.
Si un profesional escucha, pero no comprende y habla sin tener un pequeño vínculo, todas las palabras que salgan de su boca caerán en saco roto. Cuando todos estos pequeños pasos están dados, empieza la intervención de verdad. Todavía no confían en ti, pero ya saben que pueden contar contigo aunque solo sea para pedirte un vaso de leche. Una vez tenemos las bases suficientes, también surgen problemas. Es cuando el vínculo educador-educando se fragmenta y tienes que jugar todas tus armas para que la relación fluya, para evitar esa fragmentación y que esa persona pueda seguir contando contigo.
Una de las situaciones que menos me gustaba al principio, es que entre ellos intentaban quitarse la comida, discutían por la merienda o por los postres, porque siempre es algo que les gusta mucho y tienen más limitado. Entonces se te ocurre que, en vez de repartir las meriendas de manera individual, puede ser un “ritual colectivo”. Te saltas la norma de lo que hay planteado en el menú de meriendas y pruebas a ver qué sale. Ese es el momento en el que te das cuenta que un profesional de lo social debe saber de todo y por encima de eso ser creativo. Abres la nevera, leche y fruta. Abres el armario. Galletas, magdalenas. Y entonces se te ocurre. Haces un batido de frutas y pones en varios platos lo que vas encontrando. ¿Por qué tenemos que dar una cosa u otra si ellos mismos pueden elegir? Y ahí están, todos sentados en la mesa, juntos, no pelean. Y están con sus móviles y no se hacen caso, pero has dado un pequeño paso que en tu mente parece un paso de gigante. Y entonces alguien te pregunta, ¿qué vamos a merendar mañana? De repente todo cobra sentido, cuando llegas a tu turno de trabajo y se nota que se alegran de verte, que cuando lo terminas, no quieren que te vayas. No lo tienes todo hecho, pero sabes que está funcionando y la intervención se facilita. Te empiezan a pedir ayuda para poner una lavadora, te cuentan anécdotas de su día, y sabes que si le dices que no hable con la boca llena no se va a enfadar, porque se lo dices por su bien, porque entienden que transmites valores. También sabes que en otros momentos se enfadarán porque hay cosas que no están bien y que como adolescentes que son, a veces las hacen. Y cuando eso pase, solo puedes esperar, esperar a que la furia se pase, a que tienda a razones, a que pueda escuchar. Debemos y tenemos que comprender todas las circunstancias, observar y analizar.
Y cuando todo eso se calme es el momento de intervenir, de mostrar, de escuchar y que te escuchen. Una de las maneras que tengo de mostrarles la realidad es intentando que se observen a sí mismos cuando se enfadan, por lo que recreo desde el humor la situación y lo podemos hablar alejados de las tensiones.
Finalmente, lo más importante con lo que debemos contar los profesionales de lo social es la autocrítica. Si no me hubiese sentado a observar mis prácticas, mi manera de actuar y no hubiese analizado lo que estaba pasando por alto, no estaría en el punto en el que estoy ahora. Como profesionales, debemos desarrollarnos y transformarnos en la dirección de las necesidades que presentan las personas con las que trabajamos. Hay muchas cosas que no se aprenden en la universidad ni entre apuntes, y por lo tanto, debemos salir fuera a buscarlo, reinventarnos y amoldarnos a cada circunstancia y cada situación.
Es una pura realidad…sólo quería añadir una cosa, que el trabajo en equipo también ayuda y siempre como profesionales tenemos que confiar en nosotros mismos y en nuestros compañeros para llevar a cabo el trabajo por lo que estamos todos.