María Naredo es licenciada en Derecho. Desde 1998 colabora en investigaciones sobre violencia de género, discriminación y derechos humanos. Entre 2003 y 2006 coordinó en España la campaña de Amnistía Internacional “No más violencia contra las mujeres”, labor que le llevó a desarrollar investigaciones de monitoreo de la legislación y a impartir formación sobre derechos humanos y género. Ha participado en acciones de formación e investigación para la Generalitat de Cataluña, la Diputación de Barcelona, la AECID o el Instituto de Estudios Fiscales del Ministerio de Economía de España, y en la evaluación de proyectos de cooperación en materia de violencia contra las mujeres. En la actualidad trabaja como consultora internacional especializada en género y derechos humanos.
¿Desde qué comenzaste Derecho tenías claro que te querías dedicar al tema de la violencia de género?
La verdad es que siempre he tenido una educación feminista por parte de mi familia… Mi madre fue una niña de la guerra, mi abuela encarcelada durante el franquismo y ha habido cosas que han realmente me han marcado. Cuando empecé Derecho no fue por las salidas profesionales…(risas), fue realmente por mi vertiente de defender los derechos de las personas más golpeadas. Es cierto que la conciencia feminista la tenía ya, lo que no sabía era que quería dedicarme concretamente al tema de violencia de género, pero sí, el germen ya estaba.
¿Cuándo llegó el tema de violencia de género a tu trayectoria?
Cuando acabé la carrera empecé a ejercer en seguida. Primero en una asociación de apoyo a personas presas, entre las cuales también había mujeres. Después en un despacho de derecho de familia y luego comencé en la asociación de mujeres juristas THEMIS. En el despacho trabajé con una abogada con quien empecé cada vez más a interesarme en este tema, a llevar casos como abogada y finalmente es donde me consolidé como profesional en este ámbito. Luego llegué a trabajar para Amnistía Internacional coordinando la campaña contra la violencia de género y realizando las investigaciones sobre la Ley Integral española. A partir de ahí han ido saliendo más cosas dentro y fuera de España. La verdad es que no lo siento como una cuestión sólo profesional, sino fundamentalmente, como una causa. Es mi causa (risas), y en ella estoy.
¿Cómo fue el trabajo de Amnistía Internacional?
Amnistía Internacional es una organización de derechos humanos mundial que empieza en los años 70 y comenzó a desarrollar trabajos de derechos humanos relacionados con libertad de expresión, pena de muerte, tortura, ejecuciones extrajudiciales… De alguna manera el Sistema Internacional de Derechos Humanos y Amnistía Internacional empiezan a evolucionar hacia la defensa de los derechos humanos de las mujeres, entendiendo que los principales abusos no vienen de regímenes políticos, dictaduras, etcétera, sino que provienen sobre todo de particulares, es decir, que las violaciones de derechos humanos de las mujeres vienen de los particulares casi más cercanos. Siempre he pensado que las mujeres encontramos el peligro en las cuatro paredes de nuestra casa mucho más habitualmente que en la calle. Aunque se nos eduque a huir de los descampados o de los desconocidos, realmente el riesgo, las agresiones más fuertes o incluso la muerte nos viene de las personas cercanas. En 1993 fue un hito cuando el Sistema Internacional de Derechos Humanos dijo que esas violaciones de particulares son también abusos sobre los que tienen que responder los Estados. Fue entonces cuando Amnistía Internacional empieza a trabajar esos abusos y se lanza a trabajar la campaña “No más violencia contra las mujeres” partiendo del trabajo contra la tortura, porque de alguna manera la violencia contra las mujeres se puede equiparar a la tortura. En ese momento comencé haciendo un informe sobre España, sobre la acción estatal, pero luego empezamos rápidamente a documentar casos, a hacer los informes más importantes de la campaña. Informes basados en testimonios de mujeres que habían pasado por la violencia y que habían recorrido distintos itinerarios de salida o de intento de salida de la violencia. Ellas nos contaban cuáles habían sido sus obstáculos, sus puertas abiertas, dónde habían encontrado realmente la ayuda, dónde no… Y ese fue el trabajo más bonito y más interesante.
Parte de tu capítulo en el libro Perspectivas de la violencia de género habla sobre mujeres inmigrantes. ¿Cuál es la situación de estas mujeres en violencia de género ahora mismo?
Las mujeres inmigrantes están sobre representadas en las cifras oficiales de violencia y especialmente en los femicidios con respecto a su presencia en la sociedad española. Pero luego hay otros temas que de alguna manera muchas veces se desconocen y tienen que ver más con las trabas que estas mujeres se encuentran en su salida de la violencia. A menudo, determinados sectores profesionales e institucionales sólo consideran trabas las derivadas de su proyecto migratorio: los cambios de roles, la cuestión de las culturas, si proviene de culturas machistas, posesivas respecto a las mujeres… sin embrago no tanto las trabas añadidas que impone la sociedad de acogida o la sociedad española a las mujeres inmigrantes.
Me imagino a las mujeres con una mochila, que de por sí es pesada, que traen de su viaje migratorio y que conlleva el desconocimiento de la cultura, de las instituciones, muy a menudo del idioma, de la falta de redes… o sea, desventajas que ellas traen consigo. ¿Pero qué hace la sociedad española ante eso? ¿Busca paliarlo, alguna manera de ponerse en su piel y facilitar muchas de las cuestiones o no se ocupa tanto de eso como de acrecentar los obstáculos a base de una normativa de extranjería que en general no lo pone fácil, o no lo venía poniendo fácil? Para mí, la normativa de extranjería ha venido siendo y sigue siendo un auténtico obstáculo añadido que desde luego no comparten las mujeres españolas. Ese obstáculo añadido hay que criticarlo y es necesario recoger los testimonios de estas mujeres que lo están poniendo de relieve. En algunos casos es tan grave como que algunas mujeres dicen que para ellas en ese momento lo fundamental eran los papeles, y la cuestión de violencia de género pasaba a un segundo plano. ¿Qué estamos haciendo como sociedad para que se deje de lado una violación de derechos humanos por un tema administrativo?
No eres antropóloga ni socióloga, pero por tu experiencia, cómo ves que se trabaja la prevención con estas mujeres en relación a la violencia de género, ya que provienen de culturas diferentes, sobre todo en materia de género que son distintas; no es lo mismo Sudamérica, que África, que Asia…
Al igual que tampoco es lo mismo la edad, probablemente yo tenga mucho más en común, respecto a las cuestiones de género, con una chica joven de Bogotá que con una señora mayor de la Alpujarra granadina. Quiero decir que cuando hay que hablar de cultura hay que hablar de cultura con todas las consecuencias, y hay cuestiones que traspasan fronteras. No se trata sólo de la procedencia geográfica, sino también si el ámbito urbano o rural, la edad, el tema de la educación, el contexto en el que se ha criado, el tipo de red… muchos factores que normalmente no se recogen cuando se habla de este tema.
Creo que es necesario tomar todos estos elementos desde la complejidad, con cautela, y desde luego siempre planteando la información y la prevención desde la cercanía y sin prejuicios. Es una cuestión en la cual la persona que transmite la información tiene que estar abierta a la bidireccionalidad de la comunicación. Se trata de un proceso lento en el que deberían existir diferentes referentes en el trabajo comunitario y que debería desarrollarse desde un respeto profundo a estas personas. Pero para eso hace falta creerse realmente el proceso, el trabajo comunitario, el que esto es un tema de tiempo, y por supuesto, tener presupuesto. Esa es la clave.
Las intenciones están ahí y pueden ser buenas, pero también hace falta una implicación económica por parte del Estado.
Y por parte de todos los niveles de las administraciones. Digamos que lo importante del marco de derechos humanos es que al final el Estado, la organización central es el garante último de la prevención, de la atención, de la respuesta, de la justicia… Pero de algún modo tiene que haber un compromiso y una rendición de cuentas por parte también de las administraciones locales y autonómicas. Ese trabajo es absolutamente en corresponsabilidad de las tres administraciones, en prevención desde luego es esencial, pero creo que nos queda mucho por trabar en este tema.
¿Por qué no se habla de derechos humanos?, ¿si se hablara de derechos humanos se tendrían que implicar mucho más económicamente y políticamente las administraciones?
Yo creo que sí. En general en España hay menor conciencia de derechos humanos. Yo vengo de la carrera de Derecho y prácticamente no he sabido lo que era el Sistema Internacional de Derechos Humanos en su aplicación práctica y más allá de nociones superficiales, hasta que no he empezado a ejercer en este campo, en concreto con Amnistía Internacional. Evidentemente hablar de derechos humanos implica un grado de responsabilidad en todos los niveles mucho mayor. Es distinto cuando se habla de que una mujer es una víctima a la cual no hay que asistir desde un enfoque asistencial sino que es una sujeta con derechos frente a un Estado garante. Un Estado que tiene que garantizarle todos esos derechos, que son supremos. Esa posición de sujeta de derechos es fundamental para entender por qué, por ejemplo decimos, que es intolerable el hecho de que las mujeres migrantes en situación irregular no tengan derecho a ayudas económicas. Estas ayudas económicas para estas mujeres significan el colchón de salida de un abuso grave de derechos humanos. Eso, claro, da la vuelta completamente al discurso, a los infinitos requisitos que acompañan a los recursos: ¿no son estos recursos los que se tienen que adecuar a las circunstancias de las mujeres?, ¿o son las mujeres las que se tienen que adecuar a los requisitos caprichosos o no de los recursos? Todo eso es un debate de gran enjundia, pero ese debate va acompañando a este enfoque.
¿Y qué hace Europa como institución?
En Europa está el Consejo de Europa por un lado y luego la Unión Europea. El Consejo de Europa es el organismo de derechos humanos europeo donde reside la reciente convención de violencia contra las mujeres. Esa convención, para ser vinculante para España, tiene que ratificarse, entrar en vigor, y eso aún no se ha producido. Tiene todo un recorrido por delante que va a ser fundamental, como lo ha sido el convenio europeo para la trata de personas que España ratificó hace un par de años.
Luego está la Unión Europea que en estas cuestiones se mete bien poco. Desde Amnistía una de las acciones de las líneas de trabajo, aprovechando que somos una organización internacional, fue pedir una directiva europea sobre violencia contra las mujeres, sobre lo que llamábamos estándares mínimos: cuáles son los estándares mínimos que tienen que cumplir los Estados en materia de prevención, atención, acceso a la justicia y reparación. En esta línea hay ciertas dificultades y es la falta de rigor en el tema de género. Creo que con el marco de derechos humanos y las obligaciones que tiene el Estado es suficiente, lo importante es que al final eso se traduzca en voluntad política y para que haya voluntad política tiene que haber realmente organizaciones de la sociedad civil que estén monitoreando y que estén, de algún modo, exigiendo un cumplimiento: informes, ejecución, presupuesto, transparencia.
Por último, es muy importante tomar los testimonios de las mujeres y los obstáculos que ellas mismas van nombrando y van compartiendo como vehículo fundamental para la evaluación y el seguimiento de las políticas y las medidas. La participación de las propias mujeres beneficiarias de las políticas es realmente lo esencial en cualquier paso del proceso.
Volvemos a hablar de las mujeres. Cómo es el proceso en el que se deciden a dar el paso a denunciar
Muchas víctimas de violencia se culpabilizan porque se trata del hombre con el que han vivido una historia de amor, con el que muchas tienen hijos, con el que han compartido años de sus vidas… En el caso de mujeres inmigrantes este sentimiento de culpabilidad se acrecienta porque el propio proceso migratorio es un proceso compartido con el agresor. La pareja ha puesto mucho en ese proyecto, sabe lo que les ha costado, la mujer también lo sabe y de repente se entera de que este señor en el momento en el que sea condenado le supone una expulsión exprés y de alguna manera se le trunca cualquier tipo de renovación… Las familias de los países de origen también ejercen presión. Un lado de la balanza pesa más que el otro y para equilibrarlos, para que se atrevan a denunciar, es necesario apoyar los procesos de estas mujeres reduciendo la autocomplacencia y aumentando la autocrítica, los recursos, y las personas formadas en interculturalidad. Personas formadas que puedan hacer realmente de puente entre lo que estas mujeres están viviendo, que sepan encontrar la manera de acercarse pero no desde el reproche, para que encuentren no sólo apoyo entre ellas, sino también por parte del estado y la sociedad de acogida.
¿Hay asociaciones específicas de ellas mismas?
Hay asociaciones de mujeres migrantes y asociaciones de personas migrantes que están trabajando, afortunadamente, cada vez más desde el enfoque de género y cada vez más desde una línea de combatir la violencia de género. Las dos son fundamentales, tanto las específicamente de mujeres como las mixtas por la necesidad de dos referentes. Están hablando a su propia comunidad desde unas claves que quizás sirven para la prevención y para garantizar un acompañamiento y una atención mucho más cercana a esas mujeres.
Y en relación con la parte masculina, ¿se trabaja de una manera particular en el tema de rehabilitación de hombres maltratadores cuando tienen distinto origen que no es el de aquí?
Evidentemente. Es interesante que haya referentes dentro de todas las culturas, referentes de nueva masculinidad, de forma de relacionarse entre hombres con mujeres…
Hay un término que es vulnerabilidad, ¿quizás se debería radicalizar un poco más, hablar de desigualdad o discriminación? No es que la mujer sea vulnerable, es que está discriminada…
Claro. Yo el término de vulnerabilidad lo tomo en el contexto de la doctrina de la relatora de Naciones Unidas sobre personas migrantes, en íntima relación con la discriminación. El propio concepto de vulnerabilidad que, según muy bien dice ella, no es algo que traiga la mujer consigo ni que provenga de su cultura o de su viaje migratorio, sino que la vulnerabilidad es creada y amplificada por el Estado de acogida.
No hay que hablar de la vulnerabilidad de las mujeres. Cuando se habla de la especial vulnerabilidad frente a las violaciones de los derechos humanos de las personas migrantes, hay que poner el foco en el Estado porque el Estado es el que genera o reduce la vulnerabilidad; el que hace o deshace.
¿Qué camino le queda a España por recorrer?
Fundamentalmente cumplir con sus obligaciones, sin discriminación, y trabajar entendiendo que las mujeres que atraviesan la violencia contra las mujeres son sujetas de derechos de una de las violaciones más graves que se están viviendo en nuestra sociedad. En una sociedad como la española quizá la violación más grave que estamos viviendo es la violencia contra las mujeres por el hecho de ser mujeres, especialmente en sus domicilios y entornos más íntimos. El día que esto sea un clamor real como lo son otros problemas, creo que estaremos en el buen camino.
En una palabra o en una frase violencia de género es…
Una atrocidad que sufren miles de mujeres, muchas de ellas, sin contarlo a nadie.
Ana Lozano Cámbara Sara Sainz Ávila Periodistas Grupo 5